martes, 28 de agosto de 2012

CAPITULO 22


Dry Gulch, Montana
Al ver a uno de sus vaqueros cabalgando hacia la casa, Bill De­laney dejó caer el martillo y corrió a su encuentro.

—¿Qué ocurre, Logan? ¿Ha pasado algo en el pueblo?

—Los vigilantes han descubierto donde se oculta Tom. Sa­lieron ayer por la noche hacia el rancho Circle F, cerca de Rolling Prairie, dispuestos a lincharlo. Si John Reed lo encuentra, su her­mano no llegará aquí con vida.

Bill se puso en movimiento de inmediato.

—Logan, reúne a los hombres. Yo buscaré a Georg. Saldremos den­tro de quince minutos.

—¿Qué vamos a hacer, jefe?

—Asegurarnos de que no le ahorcan.

Quince minutos después, doce hombres armados abandonaban el rancho   Kaulitz con una expresión sombría y determinada en el rostro.


Rancho Circle F

___________ era incapaz de concentrarse, sólo podía pensar en las últimas palabras que Tom había dicho: «olvídate de mí». ¿Realmente creía que podría conseguirlo? Por su parte, él podía negar sus senti­mientos todo lo que quisiera, pero en lo más profundo de su alma _______ sabía que mentía. No la rechazaba a ella en sí, sino a la ins­titución del matrimonio. Y, de todas maneras, nada de aquello tenía importancia, porque no pensaba quedarse de brazos cruzados sa­biendo que era muy probable que Tom jamás llegara vivo a Dry Gulch.

Había ocasiones en las que la ley de los vigilantes servía a su propósito en un pueblo sin ley, pero lo más frecuente era que fuera cruel e indigna y que pusiera en ridículo a la justicia. John Reed parecía ser un hombre vengativo y, según Tom, tenía razones más que suficientes para odiarle. De hecho, le había parecido que su marido se había resignado a la idea de no llegar a Dry Gulch con vida, pero ________ estaba determinada a que sí lo hiciera, y fue aquella determinación lo que le hizo enderezar la espalda y pre­pararse para partir.

Una hora después de que Tom y los vigilantes dejaran el ran­cho, ________ salió tras ellos. De camino se detuvo en el rancho Culpepper y llegó a un acuerdo con sus vecinos para que el hijo mayor se ocupara del rancho en su ausencia.


Tom vibraba de furia, pero decidió que eso, después de todo, no era tan malo. Necesitaba de aquella cólera para sobrevivir. No de­jaría que le mataran sin luchar. No le cabía duda de que sus pro­babilidades de llegar a Dry Gulch con vida eran muy escasas, ya que estaba seguro de que John Reed sólo estaba esperando a en­contrar el árbol adecuado para colgarle. Aunque le hubiera gustado despedirse de sus hermanos antes de reunirse con el Creador, no creía que fuera a disponer de esa oportunidad.

Su furia se hizo más intensa al pensar en lo injusta que era la vida. Sabía que Michelle Doolittle no tenía cabeza suficiente para idear aquel complot contra él, así que tenía que ser cosa de Mike. Sin embargo, según la carta de Bill, la joven estaba realmente embarazada y ése no era un estado al que pudiera llegar sola, aun­que no recordaba que Michelle hubiera sido cortejada por nadie. De acuerdo, era un lío horrible, pero no era culpa suya. Había aca­bado siendo un cabeza de turco, y todo porque Mike quería poder poner sus zarpas sobre el dinero de los Kaulitz.

Abandonó sus meditaciones cuando se dio cuenta de que Reed había dado orden de detenerse. Acababan de llegar a un río y que­rían dar de beber a los caballos; los hombres descabalgaron y sa­ciaron su sed, dejando a Tom sobre la montura.

—¡Eh! Yo también quiero beber —dijo Tom.

Reed se volvió hacia él y le brindó una falsa sonrisa.

—¿Para qué? Si no vas a necesitar agua allí donde vas.

Tom ignoró la amenaza y pasó la pierna por encima de la silla para deslizarse hasta el suelo y, con las manos atadas a la espalda, caminar hasta el río, donde se arrodilló y bebió. Cuando hubo sa­ciado la sed, se levantó torpemente y regresó junto al caballo.

—Necesitaré que alguien me desate o que me ayude a montar.

Uno de los vigilantes se acercó a él. Tom le reconoció; aquel hombre había sido su amigo. Se llamaba Jim Haskins, y se negó a mirar a Tom a la cara mientras le ayudaba.

—¿Tú tampoco me crees, Jim? —le preguntó en voz baja.

—Me da pena ver a Michelle con el vientre hinchado y sin ma­rido —le dijo en tono consternado.

—No soy yo quien la dejó en ese estado.

—Michelle dice que sí. ¿Por qué iba a mentir?

A Tom no se le ocurrió ninguna respuesta. Las pruebas eran tan evidentes que no era fácil refutarlas.

—Todos los habitantes del pueblo conocen tu opinión sobre el matrimonio, pero ¿por qué la golpeaste?

—Te juro que yo no lo hice —aseguró Tom.

—Ya basta de cháchara —les advirtió Reed mientras apartaba a Jim de un empujón—. Kaulitz no se librará de esto, es tan cul­pable como el pecado.

—Oye, Reed, ¿no podemos descansar un rato? —preguntó uno de los hombres, conteniendo un bostezo—. Hemos cabal­gado sin parar durante toda la noche. Casi no me sostengo en la silla, estoy a punto de caerme del caballo.

Reed pareció considerar la petición.

—De acuerdo, yo también estoy cansado, y me parece que el prisionero no está demasiado ansioso por reunirse con el Creador. —Escupió el tabaco que mascaba en la tierra polvorienta—. ¿Re­cordáis ese nogal junto al que pasamos anoche? Sus ramas pare­cían lo suficientemente fuertes como para soportar el peso de un hombre del tamaño de Kaulitz. Descansaremos aquí una hora y, luego, nos dirigiremos hacia allí; así estaremos frescos para el lin­chamiento.

Jim Haskins palideció y se dio la vuelta para mirar a Reed.

—Jamás dijiste que fuéramos a lincharle. Hablaste de que le lle­varíamos de vuelta al pueblo y le daríamos la oportunidad de ca­sarse con Michelle.

—Pues he cambiado de idea —dijo Reed. Alzó la barbilla y en­trecerró los ojos peligrosamente—. ¿Me estás desafiando?

—Seguro que alguien más está de acuerdo conmigo —dijo Jim.

Reed se volvió hacia sus hombres, lleno de furia.

—¿Qué decís, chicos? ¿Alguien no está de acuerdo en colgar a Kaulitz? —La mayoría estuvieron incondicionalmente de acuerdo con Reed. El resto se removió con inquietud y clavó la mirada en el suelo, incapaz de expresar su opinión.

—Entonces, está decidido —dijo Reed con una amplia son­risa—. Descansad, chicos, os lo merecéis. La próxima parada será en el árbol, para ahorcarle.

Tom se dejó llevar por el desánimo. Parecía que ninguno de los vigilantes tenía suficiente sentido común para enfrentarse a Reed. Gracias a Dios, sus hermanos eran capaces de cuidarse solos; su padre les había enseñado valiosas lecciones de supervivencia y las habían asimilado bien.

Luego pensó en ________. Saber que no volvería a verla, que no sabría cómo le iba, hizo que le diera un vuelco el corazón. Se ale­gró de que no estuviera allí para presenciar su ejecución. ¿Llevaría luto por él?, se preguntó. Lo más probable es que ni siquiera lle­gara a enterarse de que había muerto. La intención de Tom siem­pre había sido poner fin a su matrimonio, pero no de esa manera. De repente se le ocurrió que, como su esposa, _______ debería he­redar su parte del rancho. No era cierto que pensara que ella le había traicionado, pero incluso aunque lo hubiera hecho, quería que contara con los medios necesarios para que Mario Rivas  no pudiera hacerle daño.

—Reed, quiero hablar contigo —anunció Tom en voz alta.

Reed se acercó a él pavoneándose, con una expresión petulante en la cara.

—¿Qué ocurre, Kaulitz? ¿Sabes qué? Colgarte va a ser un auténtico placer. Katia debería haber sido mi esposa. Si se hu­biera casado conmigo, no habría huido como lo hizo; siempre me he preguntado qué le habrías hecho para que huyera de esa manera.

—Olvídate de Katia. Es agua pasada y no mueve molino.

—No para mí.

—Quiero escribir mi testamento —dijo Tom—. Entrégaselo a mi hermano Bill después de qué... después de... —No podía decir las palabras.

Reed levantó el sombrero y clavó en él una mirada llena de cu­riosidad.

—¿Un testamento? ¿Para qué?

—¿A ti que te importa? Es mi última voluntad.

—De acuerdo —convino Reed a regañadientes—. ¿Llevas lápiz y papel?

—En el bolsillo del chaleco. Tendrás que desatarme.

—¡Eh, Haskins! Ven aquí y desata a Kaulitz mientras le apunto con el arma. Quiere escribir su testamento.

Jim se acercó para soltar las ataduras de Tom. Cuando estuvo libre, se frotó las muñecas para hacer que la sangre volviera a cir­cular. Luego, metió la mano en el bolsillo y sacó el lápiz y el bloc que siempre llevaba encima y escribió durante varios minutos. Cuando terminó, arrancó la hoja y se la entregó a Jim.

—Házsela llegar a Bill en cuanto lleguéis al pueblo.

Jim asintió con la cabeza y se metió el papel en el bolsillo.

—Vuelve a atarle —ordenó Reed. Jim obedeció dedicando a Tom una mirada avergonzada.

Una hora más tarde, los vigilantes levantaron campamento y se subieron a los caballos. Cada kilómetro que recorrían le acer­caba un poco más al árbol donde terminarían sus días.


______ cabalgó como si le persiguiera el propio diablo. Las terribles consecuencias de no llegar a tiempo serían demasiado dolorosas para pensar en ellas siquiera. Tom no podía morir; no le había salvado la vida para perderle ahora. Era demasiado vital, le gustaba demasiado vivir para acabar sus días de esa manera innoble. In­cluso aunque no la quisiera, no podría hacer frente a su conciencia si no intentaba salvarle de nuevo.

________ no tenía ni idea de cómo actuaría cuando alcanzara a los vigilantes, pero estaba dispuesta a cualquier cosa para evitar que le lincharan.


Ya hemos llegado —anunció Reed a gritos cuando divisó el árbol a un lado del camino. Detuvo el caballo justo al lado del nogal y sus hombres le imitaron—. ¿Quién tiene una soga?

—¡Yo! —dijo alguien, dándosela a Reed.

—Esto no está bien —dijo Jim Haskins, situando su caballo entre Tom y Reed—. ¿Qué clase de ley permite que se cuelgue a un hombre sin un juicio imparcial?

Reed curvó los labios en una sonrisa burlona.

—La ley de los vigilantes. Apártate, Haskins, a menos que quie­ras acompañar a Kaulitz. Hay sitio suficiente para los dos.

—Lo siento, Tom —dijo Jim, retrocediendo—. Lo he inten­tado.

—No importa, Jim. Reed me guarda rencor desde hace mucho tiempo y era imposible que consiguieras algo. Diles a mis herma­nos que siento que todo haya terminado así y no te olvides de lle­varles mi testamento.

Jim asintió con la cabeza, demasiado conmocionado para ha­blar.

Le dio la espalda al grupo y comenzó a galopar por el camino. No pensaba ser cómplice en aquella parodia de justicia. Después de hablar con Tom, estaba convencido de que era inocente. Y, aunque no lo fuera, aquélla era una pena demasiado severa para ese delito. Todo eso traería consecuencias, los hermanos Kaulitz querrían venganza.


Un poco más adelante, Jim Haskins se tropezó con los hombres del rancho Kaulitz. Se detuvo en seco, al reconocer, lleno de ali­vio, a Bill y a Georg.

—Tenéis que daros prisa, están a punto de colgar a Tom.

A Bill se le heló la sangre en las venas.

—¿Dónde?

—No muy lejos. Seguid el camino, a un par de kilómetros.

No le respondieron, pusieron sus caballos a galope tendido en la dirección que les había indicando, dejando a Haskins envuelto en una nube de polvo.


Chicas..... espero les guste el capi.... y que pasara con Tom???
ufff mañana sabran jajaja
Cuidense muchooo....
Las Quiero

BYE =D




 


 

3 comentarios:

  1. Nooo no le pueden hacr esto..
    Como nos haces sufrir y esperar hasta mañana?? .. (tn) tiene q llegar a tiempo igual q Bill y Georg. siguelaa ;-)

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  2. POORFAVOOOORR QUE LLEGEN A TIEMPO... aww chica porque nos haces esto, tienes subirrr chauu cuidate y que no lo maten y que (tun) bill y georg lleguen a tiempo por favor u.u

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  3. nooooooooooooooooo ojala ue llegen a tiempo no quiero que le pasa nada a Tom :( ya quiero que sea mañana para que subas ....bueno cuidate mucho bye.....y espero que todo acabe bien

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