miércoles, 23 de mayo de 2012

CAPITULO 7
________ saltó fuera de la cama, aquél era el hombre más irritante que hubiera conocido en su vida. Se había equivocado, había cometido un terrible error. ¿Qué iba a hacer? ¿Habría sustituido a un demonio por otro?
—¡No conseguirás nada de mí!
La sonrisa de Tom no alcanzó sus ojos.
—¿Te apuestas algo? Estoy muy familiarizado con el cuerpo femenino y con las maneras de excitarlo, y a ti, señora Kaulitz, te he excitado. —Clavó la mirada en sus pechos—. Mírate los pezones. ¿Los habías visto alguna vez tan duros e hinchados? Y he notado lo mojada que estás. Eres una...
—¡Cállate! —_______ sujetó los lados abiertos del corpiño y se dio la vuelta para salir de la habitación—. No me hables así.
Aquellas palabras la excitaban tanto como su boca o sus manos.
—Grábate en la mente estas palabras, esposa mía —susurró Tom de una manera ronca y seductora—. Voy a poseerte. —Quería que ella se sintiera tan incómoda como él al verse sometida a aquella farsa de matrimonio.
________ escapó. Se detuvo bruscamente en la puerta y le miró por encima del hombro.
—A propósito —le dijo dulcemente—. He usado parte del dinero que guardabas en el bolsillo del chaleco para pagar al reverendo. Sé que es lo que querías.
Entonces, desapareció, dejando a Tom sumido en sus sombríos pensamientos.
Cuando llevaban una semana casados, Tom había recobrado la fuerza en las piernas a base de pasear durante horas de un lado para otro del pequeño dormitorio, y estaba intentando recuperarla también en los brazos. Consumía ingentes cantidades de comida. La primera vez que apareció en el comedor para desayunar, sorprendió a _________ y a Manuel.
—¿Crees que es prudente que hayas bajado? —preguntó _______ con preocupación—. Hace menos de tres semanas estabas al borde de la muerte.
—Ya me encuentro muy recuperado —respondió Tom, sir¬viéndose una taza de café—. He pensado que me vendría bien salir y echarle un vistazo al rancho.
Aquellas palabras hicieron que _______ contuviera el aliento.
—¿Por qué? No tendrás intención de decirme cómo llevar el rancho, ¿verdad?
—O mucho me equivoco —dijo Tom secamente—, o ese papel que firmamos me dio control tanto sobre las tierras como sobre ti.
—Nadie me dice lo que tengo que hacer —respondió ________ apretando los dientes—. Sabes tan bien como yo que el nuestro no es un matrimonio de verdad.
Tom se sentó a la mesa y cogió un panecillo. Se lo metió en la boca y lo masticó con deleite.
—Está muy bueno, ¿hay más?
________ le lanzó una mirada colérica.
—Supongo que no le harás ascos a unos huevos.
—Si no es demasiada molestia —respondió Tom educadamente, dirigiéndole a su esposa una amplia sonrisa—. El deber de una esposa es ocuparse de su marido.
Manuel se rió entre dientes, acabó el desayuno y se levantó bruscamente.
—Voy a pasarme por el corral, señorita _______. Quédese y atienda a su esposo. Ya me ocupo yo de ensillar su caballo y de que esté listo para salir. ________ puso una sartén encima de la cocina. A pesar del malhumor, preparó huevos y tocino, mordiéndose la lengua para no decir lo que realmente pensaba.
—¿Adónde vais tan temprano? —preguntó Tom con curiosidad.
—Manuel y yo tenemos que reunir las cabezas de ganado que andan sueltas por las montañas. A pesar de que nos han robado la mayoría de las reses, quedan algunas desperdigadas por ahí.
Tom frunció el ceño.
—¿Crees que es prudente? Podría resultar peligroso.
—Si no lo hago yo ¿quién va a hacerlo? Mario Rivas ha conseguido que nadie quiera trabajar en el rancho. Si puedo reunir ese ganado y venderlo al ejército, tendremos suficiente dinero para pasar el invierno.
—¿Con qué propósito si Rivas te amenaza con ejecutar la hipoteca? _______ le dirigió una mirada mordaz.
—¿Qué debería hacer entonces? ¿Quedarme aquí sentada de brazos cruzados?
Tom desplazó lentamente la mirada por la esbelta figura de _______. Los pantalones se ceñían al trasero y a sus redondas caderas de una manera indecente. La imagen le excitó y se movió con inquietud en la silla. Los botones superiores de la camisa de la joven estaban abiertos y permitían ver la cremosa piel del escote y el inicio de aquellos tentadores pechos. Tenía una cintura tan estrecha que Tom estaba seguro de que sería capaz de abarcarla con las manos.
—Iré con vosotros —dijo Tom, apartando el plato a un lado—, pero tendrás que prestarme un caballo.
_______ le miró sorprendida.
—Aún no estás bien para cabalgar. La zona a la que nos diri¬gimos es agreste y montañosa, con laderas pronunciadas y traicioneras. No me importará prestarte un caballo cuando hayas recobrado las fuerzas necesarias para sostenerte en la silla de montar.
A Tom le molestó que ______ hubiera valorado tan acertadamente sus condiciones. Aunque estaba más fuerte cada día, aún no estaba preparado para cabalgar por las montañas. Si consideraba los quebraderos de cabeza que le estaba dando, resultar herido había sido algo muy inconveniente; allí estaba, casado contra su voluntad con una bruja tentadora y sin poder disfrutar de los beneficios.
—¿En qué estás pensando? —preguntó ______ al observar la extraña expresión en la cara de Tom.
—Pienso que eres condenadamente prepotente para ser una mujer tan desesperada por conseguir un marido que está dispuesta a casarse de manera apresurada con un desconocido.
_________ alzó la barbilla.
—Estaba desesperada y lo sabes muy bien. —Percibía la cólera que embargaba a Tom en el rubor que le cubría las mejillas—. Manuel me está esperando. —Recogió el almuerzo que había preparado previamente—. Regresaremos al ponerse el sol, espero que con algunas de las reses perdidas. —¿Y qué se supone que voy a hacer yo mientras tanto? —preguntó Tom, sintiéndose inútil por primera vez en su vida.
________ se caló el sombrero con impaciencia.
—Descansar —le dijo por encima del hombro mientras se dirigía a la puerta—. Vuelve a preguntármelo cuando hayas recuperado todas tus fuerzas. Con la mirada clavada en aquel redondo trasero, Tom la observó dirigirse a la puerta trasera. Su cuerpo reaccionó como era de esperar y maldijo por lo bajo al darse cuenta de la intensidad con que deseaba a _______ Fuller Kaulitz. Quería tenerla bajo las sábanas desnuda como el día que nació, quería estar dentro de ella. Y antes de abandonar Circle F pensaba conseguirlo.
CHICAS SORRY POR HABERLAS DEJADO BOTADAS UN TIEMPO.. PERO MI TRABAJO ME LO IMPEDIA...PERO AHORA LES SUBO ESTE CAPI ESPERO QUE LES GUSTE =) CADA VEZ LA NOVE SE VA PONIENDO MAS INTERESANTES... CUIDENCE LAS QUIERO =) GRACIAS POR SUS COMENTARIO...
Y SI NO COMENTAN ¬¬
IGUAL LES SUBO CAPI ^^ JEJEJEJE

martes, 15 de mayo de 2012

CAPITULO 6
Al día siguiente, _________ apareció en la habitación de Tom al ama¬necer. Llevaba una palangana con agua y los útiles de afeitar que habían pertenecido a su padre. Él arqueó las cejas cuando la vio. —Me figuro que todo eso es para mí. —Se pasó la mano por la barba que le oscurecía la mandíbula—. Lo cierto es que lo necesito. _______ le puso una toalla sobre el pecho e hizo espuma en una taza. Luego comprobó el filo de la navaja de afeitar con el pulgar.
—No pensarás afeitarme tú, ¿verdad?
—Claro que sí. Estoy comprobando si la hoja está bien afilada. Sí, mi padre la mantenía siempre en buen estado.
—Trae un espejo y lo haré yo.
—Ni hablar. —Le cubrió la cara de espuma y se rió cuando le entró un poco en la boca al comenzar a protestar—. Será mejor que no digas nada —le advirtió—. Se me da bien si no me ponen nerviosa.
Tom apretó los labios. No dejó de mirar a ______ mientras ella le afeitaba. Tenía razón, pensó a regañadientes, era muy habilidosa. Cuando terminó, la joven retrocedió un paso para inspeccionar su trabajo. —Ya está. —¿Todo esto en honor de una boda que ninguno de los dos desea? —preguntó él con un deje de sorna. Ella sonrió de oreja a oreja. —Una chica no se casa todos los días. —Ni tampoco un hombre. A mi primer matrimonio asistieron todos los habitantes de Dry Gulch.
________ se sorprendió. —¿Ya has estado casado? —Entonces se le ocurrió algo terrible—. Ya no lo estás, ¿verdad?
—No. Y después de la primera vez, juré que no volvería a hacerlo nunca.
—Tom, lamento mucho obligarte a hacerlo. Pero es eso o... bueno, ya conoces la alternativa. No estoy orgullosa de esto. —No más que yo —dijo él con sarcasmo—. Como al resto de las mujeres, lo único que te importa son tus egoístas necesidades. Te aprovechas de que estoy atado a esta cama y de que no soy capaz de dar más de tres pasos seguidos. «Chantaje» no es una palabra bonita, _______.
La joven alzó la barbilla con terquedad. Estaba haciendo lo mejor y lo sabía. Al menos era lo mejor para ella. —Ódiame todo lo que quieras, Tom. No te culpo. Pero te necesito. Te prometo que jamás volveré a molestarte una vez que se aclare todo este lío. Además, ¿adónde irías si te fueras de aquí? Es evidente que no puedes regresar a Dry Gulch. No pierdes nada quedándote aquí durante un tiempo.
—Nada salvo mi libertad —dijo Tom secamente—. Has pensado en todo, ¿verdad? Ten mucho cuidado —continuó en voz baja y amenazadora—, podrías obtener más de lo que deseas. _______ palideció, pero intentó aparentar tranquilidad. —Te traeré ahora una palangana con agua y la ropa que me pediste. Imagino que tienes fuerzas suficientes para asearte y vestirte solo. No te demores, Manuel estará pronto de vuelta con el reverendo.
Cuando _______, Manuel y el reverendo entraron en la habitación dos horas después, Tom se había puesto ya la ropa de Robert Fuller y estaba sentado en la cama. Sonrió con ironía, pensando que al menos _______ le había hecho caso en una cosa. Llevaba un precioso vestido de seda y encaje del mismo azul brillante que sus ojos. —Esto es algo irregular —dijo el reverendo Tolly cuando le presentaron al novio—. Me han dicho que ha sufrido una lesión. —Frunció los labios—. Estos jóvenes... siempre con prisas. No pueden esperar. Muy bien, ocupen sus lugares. Tom clavó la mirada en el alto y flaco reverendo, convencido por fin de que aquello no era más que una pesadilla. Jamás había pensado que se encontraría en esa posición otra vez. Había jurado que no lo volvería a hacer. El tiempo y la suerte se acabaron cuando _______ le tomó del brazo y le ayudó a levantarse. Manuel se colocó a su lado para ejercer de testigo.
Cuando llegó el momento de decir «sí, quiero», Tom no emitió una palabra. Por lo menos hasta que Manuel le dio un codazo en las costillas y le susurró al oído. —Decídete de una vez, Kaulitz. La señorita _______ te necesita, y yo quiero que ella tenga lo que quiere. Así que piensa en las con¬secuencias. Y eso fue todo. Tom y ______ se casaron. La joven acompañó al reverendo Tolly a la puerta y Tom se derrumbó en la cama. Tenía esposa pero no iba a disfrutar de la noche de bodas. Soltó una carcajada de lo más amarga.
—¿Qué demonios te hace tanta gracia, Kaulitz?
Tom se había olvidado de que Manuel se había quedado rezagado. —Este matrimonio no es más que una farsa. Jamás pensé que viviría para ver el día en que haría de mi boda una parodia.
—Ésas son palabras muy fuertes, Kaulitz. La señorita _______ está desesperada. Tú no comprendes que no le gusta haber tenido que hacer esto. Ni sabes lo que este rancho significa para ella. Ni cuánto odia a Mario Rivas. Así que limítate a seguirle la corriente y puede que tengas la suerte de emprender camino antes de lo que esperas. Pero como intentes hacerle daño, te enfrentarás a mí. Le prometí a Robert Fuller que cuidaría de que a su hija no le ocurriera nada.
Tom sintió una punzada de admiración por aquel anciano, pero aquello no hacía que la situación fuera más fácil de aceptar. ¿Pensaría Manuel realmente que sería digno rival para él una vez que hubiera recuperado todas sus fuerzas? En cuanto pudiera subirse a un caballo se largaría de allí, estuviera casado o no.
_______ pagó al reverendo Tolly con el dinero que había encontrado en el chaleco de Tom y observó cómo el clérigo se alejaba en su mulo; Sus largas piernas casi rozaban el suelo. Era una imagen cómica, pero ella no tenía ganas de reírse. Obligar a Tom a casarse con ella no era plato de su gusto. Y usar su dinero para pagar al cura había hecho que se sintiera como una ladrona. Por desgracia, ella estaba sin blanca. Esperaba que Tom lo entendiera. Le pagaría la deuda cuando el rancho estuviera en funcionamiento, tras haber reunido y vendido el ganado. Con un poco de suerte, Tom podría continuar alegremente su camino muy pronto. Incluso aunque ella no fuera capaz de demostrar que no pesaba ninguna hipoteca sobre Circle F, Rivas no podría obligarla a casarse con él.
¿Hubiera entregado a Tom de verdad si no hubiera accedido a casarse? No estaba segura de cuál hubiera sido la respuesta a esa pregunta y prefería no pensar en ello. —Su esposo no parece muy amigable hoy —murmuró Manuel tras bajar las escaleras para reunirse con _______. —Tampoco lo esperaba.
—Espero que sepa lo que está haciendo, señorita _______. Todavía no sabemos cuánto hay de verdad en lo que nos dijo Reed. Sería mejor que guardara las distancias con Kaulitz. Cada día está más fuerte y yo no puedo protegerla todo el tiempo.
A _______ se le empañaron los ojos de gratitud.
—Puedo cuidarme sola, Manuel. Sé que te sientes obligado a vigilarme, pero no es necesario. No me quedaba otra opción que hacer lo que he hecho. No es que me guste, pero no lamento mi decisión. En lo que respecta a Tom, no creo que me haga daño. Todo saldrá bien, ya verás. —Emitió un pequeño suspiro—. Ahora voy a ver si apaciguo a mi marido.
Tom sabía que _______ regresaría. Contaba con ello. Y si estaba casado con ella, disfrutaría de los beneficios. No es que pudiera hacer mucho al respecto de momento, pero en algún momento... antes de irse... La joven entró en la habitación y cerró la puerta sin decir nada. La sonrisa de Tom le aceleró el corazón. Estaba recostado sobre las sábanas, todavía con la ropa que había llevado en la ceremonia. Pensó que estaba muy guapo y... viril. Él dio una palmadita en la cama, a su lado.
—¿Has venido a disfrutar de mi compañía, querida esposa? —Deslizó la mirada por el cuerpo de la joven y sintió que le hervía la sangre y se le tensaba la ingle. Ella no tenía ni idea de lo tentadora que resultaba para un hombre que no disfrutaba de una mujer desde hacía mucho tiempo. ¿O sí lo sabía? ¿Habría acudido a su cuarto dispuesta a burlarse de él, tentándole con aquellos labios exuberantes y ese curvilíneo cuerpo? Tom era mucho más hombre de lo que ella pensaba. —Sabes que no. He venido a ver si estás bien. ¿Necesitas algo antes de que vaya a ocuparme de mis tareas?
Él le digirió su sonrisa más encantadora. —¿Podrías ayudarme a quitarme la camisa? No puedo utilizar bien el brazo izquierdo.
—Por supuesto —dijo ella al momento.
Tom esperó a que ella se inclinara sobre él para ayudarle a sacar el brazo de la manga antes de rodearle la cintura y apretarla contra su cuerpo.
_______ lanzó un gritito de sorpresa cuando con el brazo izquierdo, que ni mucho menos estaba tan débil como había insinuado, Tom comenzó a desabrocharle los botones del frente del vestido.
—¿Qué haces?
—Quiero ver de cerca los encantos de mi mujer. Es perfectamente legal.
—Creía que habíamos quedado en que éste iba a ser un matrimonio de conveniencia.
Desabrochó los tres botones superiores del corpiño y luego continuó con otros tres, comprobando con placer que la piel que asomaba por el escote era blanca y cremosa.
—Jamás accedí a ninguna maldita cosa, ni siquiera a casarme. Me fue impuesto por la fuerza. Abrió tres botones más y le bajó la prenda por los brazos. ________ no llevaba corsé y tampoco tenía necesidad de usarlo. La camisola de encaje no lograba cubrir los rosados pezones que coronaban sus redondos pechos. —¡Estás muy débil para esto! —protestó ________.
—Puede que esté débil para algunas cosas, pero te aseguro que ésta no es una de ellas. —Para demostrarlo, desgarró el frente de la frágil camisola y dejó los pechos al descubierto—. Qué hermosos. Me embriagas, _______. Aunque en realidad no es que esté sorprendido. Cuando caminas por el rancho, estas bellezas se mueven sin cesar bajo la camisa y ya era consciente de ellas hace mucho tiempo. —¡Cómo te atreves! ¿Por qué haces esto?
Él le brindó una sonrisa insinuante. Ahora mismo estaba tan enfadado como cuando le condenaron de manera apresurada, por unos cargos falsos, a un matrimonio indeseado. Y había acabado envuelto en una situación que no parecía ser mejor.
—Querías un marido y eso es lo que tienes.
________ se estremecía. Pero, ¿era realmente la cólera lo que la hacía temblar de esa manera? La ardiente mirada de Tom sobre su piel desnuda hizo que le bajara un escalofrío por la espalda. Jamás había sentido nada así. Se notaba ardiente, temblorosa y confundida. La cabeza le dio vueltas cuando vio que él inclinaba la cabeza y le rozaba los pechos con la nariz. Su aliento era tan caliente que se temió que volviera a tener fiebre otra vez. Entonces, le capturó el pezón derecho con los labios y ella sintió como si su mundo se pusiera patas arriba.
Tom chupó con frenesí, desplazando la boca de un pezón a otro, presionando los hinchados brotes rosados con la lengua. _______ nunca había imaginado que fuera posible esa clase de excitación, ni que Tom sería el hombre que le hiciera sentir esas cosas por primera vez.
Con evidente habilidad, Tom desplazó la mano por la cadera de ________, cogió el dobladillo de la falda y la subió lentamente mientras continuaba atormentándole los pechos con la boca y la lengua. Cuando ella se dio cuenta de cuáles eran sus intenciones, ya era demasiado tarde. Le había introducido la mano entre las piernas, y palpaba la humedad que empapaba sus bragas.
Tom sabía que debía detenerse, pues aún no estaba en condiciones de llegar hasta el final, pero había querido demostrarle a _______ lo que pensaba de los términos que había impuesto a su matrimonio. Estaba dispuesto a disfrutarlo; si no se moría antes de lujuria, claro está. Pronto contactaría con sus hermanos, entonces se marcharía sin mirar atrás.
Después de haber tomado la virginidad de _______.
De repente, la joven le empujó. Se sentó en la cama y clavó en él una mirada desenfocada.
—Podría haberte tomado ahora si ésa hubiera sido mi inten¬ción —dijo Tom con satisfacción—. Estás caliente y mojada por mí. Tienes suerte de que esté demasiado débil todavía. Ya que me veo forzado a estar aquí, te aseguro que pienso disfrutar de las satisfacciones que me ofrece nuestro breve matrimonio.

sábado, 12 de mayo de 2012

CHICAS SORRY.... recien me di cuenta que se los habia subido dos veces jejej pero aqui va el capitulo original :) espero les guste =)
CAPITULO 6
_________ se pasó las siguientes veinticuatro horas sopesando cuidadosamente lo que le diría a Tom. No iba a resultar nada fácil. Percibía en él cierta hostilidad hacia el género femenino en general. En algún lugar y en algún momento de su pasado, una mujer le había hecho mucho daño. Aunque eso a ella no le importaba, haría lo que fuera para conservar el rancho. La idea era buena; lo sabía. Si él hubiera estado en plenitud de facultades, ella jamás habría tenido valor para llevarla a cabo, pero en esas circunstancias era casi su cautivo y tendría que hacer cualquier cosa que ella quisiera. Estaba demasiado débil para abandonar el lecho y dejar el rancho. Y le debía la vida, se dijo intentando convencerse a sí misma. No estaría vivo si ella no le hubiera encontrado y arrebatado de las fauces de la muerte, y podría haberle entregado a los vigilantes cuando fueron a por él, pero no lo hizo. Él le debía algo. Ahora, lo único que faltaba era convencer a Tom de las ventajas de la idea.
Decidida a desafiar al león en su guarida, _______ subió lenta¬mente las escaleras para exponerle sus planes. El estado de ánimo del enfermo era cualquier cosa menos plácido cuando entró en la habitación. —Ya iba siendo hora de que apareciera por aquí —gruñó Tom con impaciencia—. Hace horas que terminé de comer. ¿Dónde está Manuel? Quizá podría jugar a las cartas conmigo. Me desquicia quedarme en la cama todo el día con los ojos clavados en el techo.
—Buenas tardes a usted también —le saludó _______ con exage¬rada alegría. Decidió ignorar su mal humor; los hombres rara vez eran buenos pacientes. —Mañana me levantaré de la cama —advirtió Tom. —Me parece que no. Dese la vuelta y déjeme ver la herida. Hoy aún no he cambiado la venda. Tom le lanzó una mirada furibunda, pero luego se tumbó sobre el estómago para que ella pudiera examinarle. —¿Qué tal está?
Ella le retiró el vendaje. —Curando. ¿Cómo se siente? —Mejor. Todavía no estoy preparado para cabalgar, pero no tardaré en estarlo. —Aun falta mucho para que esté recuperado del todo, señor Kaulitz. Él dio un respingo cuando ella le cubrió de nuevo la herida. Notó las manos frías de ______ sobre la piel, aliviándole el calor.
—¿No crees que ha llegado el momento de que nos tuteemos? Llámame Tom, es probable que conozcas mi cuerpo mejor que mi propia madre. _______ se sonrojó. Puede que fuera cierto. Había lavado cada centímetro de su piel con agua fría mientras trataba de bajarle la fiebre. —De acuerdo, Tom. Puedes llamarme ________. —Eso pensaba hacer. ¿Te da vergüenza haberme visto desnudo? —En absoluto —mintió ella. Jamás había visto antes a un hombre sin ropa. Y el cuerpo de éste parecía ser de una perfección extraordinaria—. Estás inaguantable, Tom. Ya he acabado. Pue¬des darte la vuelta. Él rodó sobre la espalda con cuidado.
—Gracias. ¿Vas a decirle a Manuel que suba o no? —No —dijo ______ con resolución—. Quería tratar un tema en privado contigo. —No me gusta como ha sonado eso. Si lo que vas a pedirme es que te compense económicamente por tus cuidados, estoy de acuerdo. Tengo dinero en el chaleco. Debería ser suficiente. Tom había imaginado que el asunto del dinero saldría a relucir tarde o temprano. No existía ninguna mujer que no estuviera dis¬puesta a convertir a un hombre en mendigo. —No quiero tu dinero.
Él entrecerró los ojos. —Entonces, ¿qué quieres?
_______ se sonrojó, pero se negó a sentirse intimidada por el mal humor de ese hombre. Lo que quería de él era mucho más impor¬tante que el dinero. Se irguió en toda su estatura y le sostuvo la mirada. —De acuerdo, Tom Kaulitz, quiero algo de ti. —El corazón le martilleaba aceleradamente dentro del pecho. Se preguntó si él también podría oírlo. Tragó saliva y continuó—: Sabes que Mario Rivas me está presionando e intimidando para que me case con él.
Tom asintió con la cabeza, esperando. Tenía el presentimiento de que no le iba a gustar lo que la señorita _______ Fuller le iba a decir. —Desprecio a ese hombre con todas mis fuerzas y me he negado reiteradamente a hacer tal cosa. También sabes que podría entregarte a los vigilantes en el momento que quiera. Podrías huir, por supuesto, pero en tus condiciones no llegarías demasiado lejos.
Los ojos de Tom eran como ascuas de fuego verde clavados en ella. Su voz fue brusca e irónica. —¿Estás tratando de chantajearme? Dime, ¿qué es lo que quieres? ________ respiró hondo. —Quiero que te cases conmigo. Ahora mismo, mañana como muy tarde. Por supuesto sería un matrimonio de conveniencia. En cuanto Rivas se dé cuenta de que no puedo casarme con él, me dejará en paz. Incluso es posible que se olvide de la hipoteca. Como mínimo ganaré el tiempo suficiente para probar que es un mentiroso y un estafador. Después de un lapso prudencial, podrás pedir la anulación.
Tom clavó los ojos en ella como si, de repente, le hubieran salido dos cabezas y ella supo que estaba furioso por la tensión que percibió en su cuerpo.
—¿Te has vuelto loca? ¿Y qué pasa con tu prometido? Supongo que tendrá algo que decir sobre este arreglo. —No existe ningún prometido. Me lo inventé para que no me diera la lata. —¿Qué te hace pensar que estoy dispuesto a casarme contigo?
—Soy yo quien tiene la sartén por el mango, Tom. No me costaría nada conseguir que te lincharan aquí mismo. Los vigilantes que te buscan no parecen el tipo de hombres dispuestos a escuchar explicaciones. Y ya me has dicho que no estás dispuesto a casarte con Michelle. ¿Qué opción te queda?
Aquella maldita hembra le tenía pillado por donde más dolía, pensó Tom, demasiado furioso para hablar. Si _______ mandaba llamar a los vigilantes, le llevarían de vuelta a Dry Gulch; allí no tendría ninguna oportunidad. Si continuaba negándose a contraer matrimonio con Michelle, le colgarían antes de que el juez pisara el pueblo. Y prefería arder en el infierno antes de verse obligado a ser el padre del hijo bastardo de Michelle, si es que estaba embarazada de verdad. Soltó una maldición. Todas las mujeres eran unas brujas manipuladoras, y ______ era la más lista de todas. Ni siquiera le importaba recurrir al chantaje para obligarle a participar en su imprudente complot.
Por otro lado, Tom sabía que no se encontraba lo suficiente¬mente recuperado para escapar. Si se negaba, ________ amenazaba con recurrir a la ley. ¿Sería capaz de hacer tal cosa? Supuso que sí. Las mujeres desesperadas actuaban de manera desesperada. Su única esperanza era aguardar el momento oportuno y rezar para que sus hermanos encontraran al hombre que había seducido a Michelle, o bien convencer a la joven para que dijera la verdad. Eso sería lo único que le haría libre. —Dame una respuesta —le presionó _______.
Santo Dios, odiaba lo que estaba haciendo, pero estaba sometida a una tremenda presión. Siempre había querido casarse con un hombre al que amara, un hombre que la quisiera de la misma manera. Y era evidente que Tom Kaulitz prefería morir antes que casarse con ella.
La mirada de Tom se endureció y esbozó una tensa sonrisa. —Así que quieres casarte conmigo. A _______ no le gustó el tono de su voz. —Sólo durante un tiempo. Mientras busco la escritura perdida y obtengo pruebas que demuestren que Rivas es un mentiroso. —¿Así que quieres un matrimonio de conveniencia? —repitió Tom, bajando la mirada a sus pechos. A ______ se le aceleró el corazón. ¿Estaría dispuesto a ceder? —Por supuesto, no me casaría en otras condiciones.
Sin previo aviso, Tom le agarró del brazo y tiró de ella hacia abajo, haciendo que cayera sobre la cama, justo encima de él. El hombre ignoró el dolor.
—Dígame, señorita _______ Fuller, ¿qué haría si exigiera mis derechos maritales? _______ estudió las brillantes profundidades cafes de los ojos de Tom y de repente le costó respirar. —¡No serías capaz!
Él asintió con la cabeza bruscamente. —¿Por qué? Ni siquiera te gusto. En un deliberado intento de asustarla para que cambiara de idea, Tom dijo: —Me gustas lo suficiente. Eres una mujer, y una condenadamente atractiva, por cierto. _______ sintió que aquella ardiente mirada la quemaba.
—¡Deja que me levante!
Tom estudió atentamente las profundidades azul claro de los ojos de _______ antes de ponerle una mano en un pecho y apretarlo suavemente, frotándole el pezón entre el pulgar y el índice. Observó con satisfacción que ella abría los ojos como platos, sorprendida.
—¡No! —Esto es sólo una muestra de lo que haremos si me obligas a casarme contigo. —Pero...
Tom no fue capaz de resistir la tentación de aquellos labios húmedos y maduros, ligeramente entreabiertos. Cerró la otra mano sobre su pelo y la forzó a inclinar la cabeza hacia atrás; entonces la saboreó a placer. _______ tenía el aliento dulce y fresco, y él profundizó más el beso. La oyó gemir cuando le introdujo la lengua entre los dientes, no hubiera podido detenerse ahora aun¬que hubiese querido. Y no quería. Para su sorpresa, estaba disfrutando mucho de aquella lección a ______. ¡Era tan placentero!
Ella se resistió con ferocidad cuando la lengua de Tom tras¬pasó sus dientes y entró en su boca. Se puso rígida entre sus bra¬zos, intentando zafarse de él. Le oyó gemir de frustración. Cuando consiguió apartarse, la mirada que vio en sus ojos era tan carnal que se ruborizó. —¿Estás dispuesta a ser mi esposa de verdad? —le preguntó con brusquedad—. Porque si nos casamos, te aseguro que reclamaré mis derechos.
________ se levantó de la cama y retrocedió mientras le lanzaba una mirada furiosa. Tenía la cara ruborizada y el pecho agitado, subiendo y bajando con cada aliento que daba. Una definida sensación de irrealidad la invadió como si aquello no fuera más que una pesadilla. Pero no era estúpida, sabía de sobra que Tom estaba tratando de asustarla. Aunque no podía negar que había sentido mariposas en el estómago, el hecho de haber respondido al beso, aunque sólo fuera por un momento, la dejó anonadada. No vol¬vería a ocurrir.
Puso los brazos en jarras y le desafió con atrevimiento.
—Como vuelvas a hacer eso otra vez, iré a buscar a los vigilantes tan rápido que no te dará tiempo ni a decir tu nombre. Sé lo que intentas y no va a funcionar. No tienes alternativa, Kaulitz. Nos casaremos bajo mis condiciones o acabarás colgando de una soga.
—¡Ni hablar! Si quieres que me case contigo, será bajo mis propios términos. —Le dirigió una sonrisa relamida llena de insinua¬ciones sexuales—. No siempre estaré tan débil como ahora. —Olvídalo, Kaulitz. Aquí mando yo. —¡De eso nada, señora! —Tom se incorporó y se sentó en el borde de la cama, luego se levantó a duras penas—. Me largo de este infierno.
Atravesó el umbral de la puerta y anduvo unos cuantos pasos más antes de derrumbarse a unos metros de las escaleras. ______ tuvo que contenerse para no acercarse a ayudarle. Tenía que mantenerse firme en su postura si quería ser la vencedora en esa batalla de voluntades. De otra manera tendría que elegir entre perder el rancho o casarse con Mario Rivs. Lo mejor era casarse con Tom. Rivas no podría exigirle matrimonio si ya estaba unida a otro hombre, y Tom podría quedarse allí hasta que sus hermanos resolvieran los problemas y pudiera regresar a su casa.
—¿Estás preparado para avenirte a razones, Tom? —preguntó ______ con dulzura—. Todavía estás débil como un gatito. —Le ayudó a levantarse y a regresar al lecho—. Sé que quieres levantarte de la cama, pero todavía tienes que fortalecerte mucho más para poder subirte a un caballo. Después de que nos casemos, podrás irte cuando desees. Lo único que necesito es tu nombre. Con el tiempo, podrás solicitar la anulación.
Él le dirigió una sonrisa triste y resignada. —Parece que por ahora sí es cierto que tienes la sartén por el mango. Todas las mujeres sois iguales. Ya seáis guapas o feas, listas o tontas, siempre encontráis la manera de obtener lo que queréis. Y es el hombre quién paga el precio. —Me parece que odias demasiado al género femenino. Tom le brindó una sonrisa sensual.
—Oh, no lo odio... Al menos no lo odio para determinadas cosas, te lo aseguro. De hecho —dijo, alargando el brazo—, ahora mismo me siento muy atraído por uno de sus miembros. _______ se apartó de su alcance.
—Lo único que puedes hacer ahora es dormir. Buenas noches, Tom. Mañana a primera hora de la mañana enviaré a Manuel al pueblo para que traiga al reverendo. ¿De acuerdo? —Es cosa tuya, ________.
Sin embargo, a pesar de lo suave que sonaba, su voz era cortante como el acero. __________ rezó para no estar cometiendo un error. Un matrimonio nominal con Tom Kaulitz era sólo el menor de dos males.
—Qué descanses, Tom —dijo antes de salir.
—_______...
Ella se detuvo en la puerta.
—¿Crees que podrías ponerte un vestido para la boda? Y te agradecería que me consiguieras ropa decente y que no estuviera manchada de sangre.
Ella asintió con la cabeza y siguió su camino.
—__________ —volvió a llamarla—. Quiero que me devuelvas mis armas.
Aunque ella ya estaba fuera de su vista, la oyó responder clara¬mente.
—No.
«Malditas mujeres. Son todas unas manipuladoras», gruñó Tom.
_______ Fuller no había hecho nada para que él dejara de descon¬fiar de ellas. Le había salvado la vida sólo para aprovecharse de la situación y exigir su libertad como pago. Pensó que hubiera sido mejor que no le salvara la vida, pero acto seguido cambió de idea. No quería morir, aunque tampoco quería casarse. Además, también él despreciaba a Mario Rivas. Y no tenía ningún sitio al que ir de momento. Estaba claro que no podía regresar a Dry Gulch. Sabía que estaba en desventaja y no le gustaba nada. Pero aún tenía que recuperarse para poder marcharse del Circle F, y sería incapaz de probar su inocencia si lo hacía. Sólo sería posible si Michelle decía la verdad, y rezó para que sus hermanos lograran convencerla de que lo hiciera. Maldición, ojalá tuviera sus armas consigo.

viernes, 11 de mayo de 2012

CAPITULO 5
tom no tuvo fuerzas para volver a la cama. Se quedó sentado debajo de la ventana, esperando a que los vigilantes entraran en la habitación de un momento a otro. Se preguntó si le colgarían allí mismo o esperarían hasta abandonar el rancho. Deseaba que lo hicieran fuera, odiaría que ______ presenciara algo tan horrible.
Oyó que se abría la puerta y se preparó para lo que vendría. _______ entró en la estancia y se sorprendió al ver a Tom en ropa interior debajo de la ventana. —¿Por qué no está en la cama? ¿Quiere que se le abra la herida, señor Kaulitz? Tom levantó la cabeza y clavó los ojos en _______ lleno de confusión.
—¿Dónde están los vigilantes?
—Se han marchado.
Tom no podía creer lo que oía.
—¿Por qué no me ha delatado?
Cuando las mujeres hacían algo inesperado, siempre era por algo. —Déjeme ayudarle —dijo _______, preguntándose a sí misma qué podía responder a esa pregunta. Tom le puso el brazo sobre los hombros y se apoyó en ella mientras recorría los pocos pasos que les separaban de la cama. Se sentó en el borde del colchón, sin fuerzas para moverse, así que fue ella quien se inclinó y le subió las piernas a la cama antes de cubrirlas con una sábana.
—¿Por qué lo ha hecho, señorita ______ Fuller?
_______ sabía que tenía que responderle, pero no podía explicarle su renuencia a entregarle a los vigilantes. —No soy quién tiene preguntas que responder, señor Kaulitz. Por ejemplo, ¿es usted realmente el hombre que buscan? Tom apretó los labios en una línea tensa. Mentir no serviría de nada.
—Lo soy. —¿Es cierto lo que dicen que ha hecho? ¿Pegó a una mujer? —No. —¿Niega haberla seducido? —Lo niego todo. Jamás he tocado a Michelle. ¡Y ella miente si afirma lo contrario! —¿Por qué ha huido?
—Ya ha hablado con los vigilantes. ¿Cree que comprobarían los hechos antes de colgarme de un árbol? Además, no pienso permitir que una mujer me obligue a casarme con ella.
______ sostuvo la turbulenta mirada de Tom sin rastro de temor. Se le aceleró el pulso y la atravesó una insidiosa sensación. ¿Qué le ocurría? No pudo negar la perturbadora emoción que le habían provocado aquellas palabras. Tom sonaba y parecía implacable desde el pelo oscuro y la rígida mandíbula, a la intensidad ardiente de aquellos ojos cafes, crueles e inquebrantables. Se preguntó quién sería la mujer que le había convertido en un hombre tan amargado.
Hubo un largo silencio, roto sólo por el suave gemido que surgió de los labios de Tom. Mientras tanto, en la mente de _______ sólo resonaba una pregunta: «¿Miente Tom Kaulitz?»
—Quiero decirle lo mucho que agradezco su ayuda —dijo Tom, sintiendo los efectos de haberse levantado de la cama—. Pero si no le importa, estoy muy cansado y preferiría seguir más tarde con la conversación.
—No dude que la continuaremos, señor Kaulitz, quiera usted o no. En Rolling Prairie también hay vigilantes y le aseguro que son tan crueles como los de Dry Gulch. No me costaría nada en¬viar a Manuel a buscarles. —Haga lo que considere oportuno —dijo Tom, demasiado cansado como para que le importara—. Pero será mejor que lo haga rápido, antes de que me encuentre lo suficientemente bien como para huir.
—Podría hacerlo, señor Kaulitz —dijo ________ con la voz áspera por la furia mientras salía de la habitación. «Maldita mujer», pensó Tom enfadado. No movería ni un dedo por ninguna, y odiaba tener que agradecerle algo a una de ellas. No podía decidir si había sido buena suerte, o no, que el destino le hubiera conducido a Circle F y a la señorita ______ Fuller. Su último pensamiento antes de sumirse, exhausto, en el sueño fue que sería muy afortunado si no se despertaba y se encontraba a los vigilantes sacándole de la cama para colgarle en el árbol más cercano.
—¿Qué ha dicho kaulitz sobre los cargos que le imputan? —preguntó Manuel cuando se reunió con _______ un poco más tarde—. ¿Es culpable? —Lo ha negado todo, por supuesto, salvo que es el hombre que buscan. Francamente, no sé qué pensar. Me resulta difícil creer que el hombre que duerme arriba sea el individuo cruel que ha descrito el señor Reed.
—Las apariencias engañan, señorita _______. —¿Por qué no dijiste nada si piensas que es culpable de lo que le imputan? Manuel escupió el tabaco que estaba mascando entre sus pies. —Jamás me han gustado los vigilantes. Se consideran la ley, pero no lo son. _______ se estremeció.
—No podría estar más de acuerdo. —No podía sacarse de la cabeza la manera en que la había mirado John Reed—. Por desgracia, tendremos que aguantarlos hasta que haya una ley justa en el territorio. —¿Qué va a hacer ahora con Kaulitz? —preguntó Manuel. —De momento nada. Está demasiado débil para suponer una amenaza. Tomaré una decisión llegado el momento. Pongámonos a trabajar, las tareas esperan.
—¿Se ha olvidado usted de Rivas, señorita ________? Regresará pronto en busca de una respuesta. Sé cuánto significa este rancho para usted. —Tengo que encontrar las escrituras, Manuel. Sé que mi padre no hipotecaría el rancho sin decírmelo. ¿Dónde pueden estar? He rebuscado por todos lados. Dos días después, Mario Rivas se presentó en la puerta de ______. —Está usted muy guapa hoy, ______. Le quedan bien los panta¬lones, pero cuando nos casemos se pondrá vestidos y actuará como una dama. Su padre fue demasiado permisivo e indulgente con usted. —Dígame qué quiere, señor Rivas, tengo que ocuparme del rancho. —No por mucho tiempo, querida —dijo él con una sonrisa falsa—. ¿No va a invitarme a pasar? —Estoy muy ocupada. —De hecho, yo también. —La empujó al interior de la casa—. Siempre me ha gustado esta casa. Su padre tenía muy buen gusto. ________ sintió que le invadía una furia impotente.
—¿Qué es lo que quiere, señor Rivas? —Primero, me gustaría que me llamara Mario. Dentro de poco estaremos casados. —No mientras me quede aliento en el cuerpo. —Un cuerpo muy hermoso —dijo el recién llegado, clavando la mirada en los redondos pechos de la joven—. Apenas puedo esperar para tenerla en mi cama. Vamos a disfrutar mucho el uno del otro.
tom oyó voces en el piso de abajo y frunció el ceño al identificar que había un hombre hablando con ______. Había oído antes esa voz. Intrigado, se levantó de la cama. Se detuvo en el umbral para descansar mientras escuchaba la conversación que flotaba en el aire. —¿Por qué sigue acosándome, señor Rivas? —escuchó que decía ella. —Se le olvida, querida, que es mi banco el que posee la hipoteca que pesa sobre sus tierras. Si no se convierte en mi esposa, me veré forzado a embargarlas. El rancho será mío nos casemos o no, pero si es mi mujer podrá continuar viviendo aquí, donde ha nacido y crecido. Conozco el afecto que siente por este lugar. Y ya sabe lo mucho que la deseo.
—Cuando regrese mi prometido, encontrará la manera de demostrar que es usted un mentiroso y un tramposo. —Siga soñando, querida. Le juro que no se casará con nadie más que conmigo. Y ahora, ya que lo haremos dentro de poco, me gustaría catar sus encantos. Antes de que se percatara de sus intenciones, _______ se encontró apretada contra el pecho del banquero. Era más fuerte de lo que parecía y sus inútiles intentos para zafarse sólo sirvieron para enardecerle más.
—¡Suélteme! —Todavía no —dijo Rivas, aplastando los labios contra los de ella. Desde su ventajosa posición, Tom escuchó con frustración la violenta lucha que tuvo lugar a continuación entre _______ y Rivas. Se sentía indefenso como un gatito. Si por lo menos tu¬viese su arma... Se estaba preguntando si perdería el conocimiento al bajar las escaleras, cuando _______ hizo innecesaria su intervención. La joven levantó la rodilla y la clavó en la ingle del hombre con la fuerza suficiente para que cayera al suelo. Él gritó y se dobló sobre sí mismo con un gemido de agonía. —Me las pagará —dijo con la voz entrecortada—. En cuanto estemos casados, lamentará haberme atacado. Tenía intención de tratarla bien, pero por lo que veo necesita ser domesticada.
Tom emitió una risa ahogada. Se cuidaría mucho de no albo¬rotar las plumas de la señorita _______ Fuller. Esperó hasta que es¬tuvo seguro de que Rivas no tomaba represalias para regresar a la cama. No era necesario preocuparse. Manuel apareció en la casa unos momentos después y parecía lo suficientemente disgustado como para apretar el gatillo del rifle que llevaba en las manos. De hecho, Tom esperaba que lo hiciera.
—¿Le está molestando esta mofeta, señorita _______? —El señor Rivas ya se iba, Manuel. Trae su caballo. Rivas se había incorporado ya aunque todavía se agarraba la ingle protectoramente. —Este hombre se largará de aquí en cuanto nos casemos —escupió, lanzándole al anciano una mirada venenosa—. Volveré con la ley en la mano. Sé lo mucho que quiere a estas tierras, así que traeré también un predicador por si acaso ha cambiado de idea y quiere casarse conmigo. —No se moleste —dijo ______ con valentía—. Me casaré con mi prometido en cuanto regrese, que será cualquier día de éstos. Rivas se rió.
—Por cierto, hágame el favor de deshacerse de los pantalones y elegir algo femenino para nuestra boda. Tom se apoyó en la puerta y observó la partida de Rivas, intrigado sobre quién sería el prometido del que habían hablado. No le gustaba nada Mario Rivas. Le calculaba unos treinta y cinco años. Era un hombre que podía resultar atractivo, pero la mirada que dominaba su rostro, alargado como el de un hurón, era huidiza y no ofrecía confianza. Sus ojos eran tan claros, que más que azules resultaban incoloros. Aunque era de estatura y constitución medianas, Tom sospechaba que era más fuerte de lo que parecía. Pero se dijo que eso no era asunto suyo. Él tenía sus propios problemas. Había sido acusado de algo que no había hecho y no podía volver a su casa hasta que sus hermanos aclarasen las cosas.
Tom no podía culpar a _______ por proteger su rancho; él hu¬biera actuado de la misma manera. Su casa y su familia lo significaban todo para él. La única diferencia era que los hermanos Kaulitz poseían un rancho próspero y no tenían necesidad de hipotecar sus tierras. No tenía demasiadas ganas de regresar al lecho ahora que había salido de él. A pesar de que seguía teniendo breves episodios de fiebre, cada día estaba un poco más fuerte, y no faltaba demasiado para que estuviera recuperado por completo. En un par de semanas podría abandonar la cama de manera permanente. Tenía que ponerse en contacto con sus hermanos de alguna manera y enterarse de si Michelle seguía sosteniendo la misma historia, incluso debía saber si los vigilantes seguían persiguiéndole. —¿Qué hace ahí? —preguntó _______, colocando la bandeja de comida en la mesilla de noche y acercándose a Tom para ayudarle a regresar a la cama.
Tom odiaba admitirlo, pero todavía estaba demasiado débil para permanecer levantado más tiempo. Sin importar lo mucho que detestara estar enfermo, hacía menos de una semana que había estado a las puertas de la muerte. —¿Qué le hace pensar que esa comadreja de Rivas está mintiendo sobre la hipoteca? —preguntó Tom mientras ________ le colocaba la bandeja en el regazo—. Quizá sea cierto que su padre hipotecó el rancho. —¿Ha estado escuchando a escondidas?
—Hubiera sido imposible que no lo hiciera. —Clavó los ojos en ella. Pensó en lo hermosa que estaba con la cara encendida y los vi¬vidos ojos azules brillando de furia. —Si Rivas miente, debería tener usted la escritura de las tierras. ¿La tiene? _______ negó con la cabeza. —He puesto la casa patas arriba buscándola, pero no he podido encontrarla. Pero sé que mi padre no hubiera hipotecado el rancho sin decírmelo.
—¿No tiene ninguna idea de qué podría haber ocurrido? —Ninguna, pero... poco después de la muerte de mi padre, alguien entró en la casa. No echamos nada en falta, así que no le di importancia. Era una época amarga. Los vaqueros comenzaron a irse y el ganado desaparecía. Poco después, Mario Rivas comenzó a acosarme y a decirme que debía pagar la hipoteca, insistiendo en que se había vencido el plazo. —¿Y qué pasa con su prometido? ¿Por qué no la ayuda? _________ le dirigió una mirada sorprendida. —Eso no es asunto suyo.
—Tiene razón. Dentro de unos días seguiré mi camino. —Pero Tom seguía intrigado. —¿Adónde irá? No parece el tipo de hombre al que le guste huir. Ese tipo, John Reed, mencionó algo sobre sus hermanos. ¿Y sus padres? —Han muerto —dijo él con la voz tensa—. Sólo quedamos Bill, Georg y yo. Soy el mayor. Nuestro rancho está situado al oeste de la localidad de Dry Gulch. Eso es todo lo que necesita saber, señorita _______ Fuller. —Y mucho más de lo que deseo saber, señor Kaulitz.
«Hombre imposible», pensó _______ con mal humor. No era más que un desagradecido. Debería haberle dejado morir. Esa noche, ________ picoteó la cena mientras buscaba sin cesar una solución a sus problemas. Llevaba semanas toreando a Rivas con un prometido inexistente. ¿Qué iba a hacer cuando aquel hombre ficticio no apareciera? Casarse con Mario Rivas estaba fuera de toda cuestión. El banquero le daba asco. Sólo pensar en que la besara, la tocara y le hiciera lo que solían hacer los matrimonios hacía que le entraran ganas de vomitar. Pero, ¿acaso tenía otra elección?
Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa —sin importar lo que fuera— para no perder las tierras que su padre había trabajado durante más años de los que quería recordar, afanándose de ma¬nera incansable para hacerlas prosperar. Pero casarse con Rivas no era una de esas cosas. Se le revolvió el estómago al pensarlo y dejó el tenedor en el plato antes de apartarlo. Tenía que hacer algo, pero ¿qué? ¿Por qué no podía tener un prometido dispuesto a ayudarla a pelear contra Rivas? ¿Por qué...? _________ se quedó paralizada mientras en su mente se formaba una idea que lo solucionaría todo. Era algo tan simple que parecía imposible que no se le hubiera ocurrido antes.

jueves, 10 de mayo de 2012

-CONTINUACION.....-
Con una aguda punzada de pesar, se dio cuenta de que se le había acabado la suerte. En cuanto ella supiera que los vigilantes le estaban buscando y por qué, le entregaría gustosa a John Reed. Enterró la cabeza entre los brazos y esperó. —Lamento molestarla, señora. Soy John Reed, de Dry Gulch. Somos vigilantes de Montana en busca de un fugitivo de la ley. ¿Ha visto por aquí en los últimos días a un hombre alto, de cabello oscuro? No puede haber ido mucho más lejos sin caballo. _______ y Manuel intercambiaron unas miradas de complicidad. Manuel encogió los hombros como diciéndole con ese gesto que era cosa suya decidir si entregaba a Tom a aquellos representantes de la ley. A ________ no le gustaron los vigilantes. En el mejor de los casos parecían una pandilla de maleantes y su líder tenía el aspecto de ser un hombre perfectamente capaz de asesinar a sangre fría.
—¿Qué ha hecho el fugitivo? —No es apto para oídos sensibles, señora —respondió John evadiendo la pregunta. —No obstante, quiero saberlo por si necesito defenderme de él en el caso de que aparezca por aquí. —Sí, que no sea porque no estaba advertida. Tom Kaulitz sedujo a una joven de buena familia y se negó a casarse con ella cuando la dejó embarazada.
—¿Eso es todo? —preguntó _______, aliviada al saber que no era un asesino ni un ladrón. —No, todavía hay más, señora. Cuando Michelle Doolittle insistió en que se casara con ella, él la golpeó brutalmente. Es una suerte que no haya perdido al bebé. Presentaba un aspecto lamen¬table, señora. ___________ contuvo el aliento e intercambió otra mirada con Manuel. —¿Están seguros de que es culpable? —¿Acaso le perseguiríamos si no lo estuviéramos? ¿Le han visto por aquí? _________ vaciló y Reed comenzó a impacientarse. —¿Y bien? O le ha visto o no. Tom Kaulitz es un hombre cruel y sanguinario. Sus hermanos y él son unos maleantes que llevan años aterrorizando a los buenos ciudadanos de Dry Gulch. Es culpable, se lo aseguro. _______ intentó imaginar a Tom Kaulitz dándole una paliza a una mujer y no pudo; sin embargo no le resultó difícil imaginarle seduciendo a una chica inocente y deleitándose en ello. Por des¬gracia, ella no era la indicada para juzgar si Tom Kaulitz era capaz de cometer un acto tan despreciable. Miró a Manuel, pero no recibió ninguna ayuda por su parte. Finalmente se dio cuenta de que los vigilantes seguían espe¬rando una respuesta y les ofreció la que le dictaba su conciencia. —Lo siento, por el Circle F no ha aparecido ningún hombre que responda a esa descripción. De hecho, no nos hemos trope¬zado con ningún desconocido desde hace mucho tiempo.
John Reed le lanzó una penetrante mirada mientras los demás hombres se llevaban la mano al ala del sombrero en un gesto de despedida. —Eso es lo único que queríamos saber, señora. Si ven al hom¬bre que estamos buscando, le sugerimos que nos lo haga saber lo antes posible. No se puede andar por ahí pegando a las mujeres. ¿Vive aquí sola, señora? La lujuriosa mirada que le dirigió hizo que se le pusiera la piel de gallina. —Mi... mi marido está reuniendo unas reses en las montañas —mintió. Él se llevó la mano al sombrero.
—Que tenga un buen día, señora. Creo que lo mejor será re¬gresar a Dry Gulch. Quizá los hermanos Kaulitz sepan dónde se esconde Tom. ________ observó con nerviosismo cómo los vigilantes cabalgaban hacia el portón. Rezó para no haber actuado precipitadamente al ocultarles una información tan importante, pero no le había gus¬tado su actitud. —Espero que sepa lo que está haciendo, señorita _______ —dijo Manuel—. Jamás me han gustado los hombres que van por ahí gol¬peando a mujeres indefensas. _______ se giró para enfrentarse al anciano. —¿Crees que lo ha hecho? —No soy quién para juzgarle. No tengo intención de permitir que haga lo mismo con usted, así que me limitaré a vigilarle. —Kaulitz no está en condiciones de hacerle daño a nadie en este momento y no parece la clase de hombre capaz de hacer las cosas de las que le acusan. —El tiempo lo dirá, señorita ______ —dijo Manuel, encogiendo los hombros—. Creo que voy a continuar con mis tareas ahora que se han marchado esos hombres.
tom no tuvo fuerzas para volver a la cama. Se quedó sentado debajo de la ventana, esperando a que los vigilantes entraran en la habitación de un momento a otro. Se preguntó si le colgarían allí mismo o esperarían hasta abandonar el rancho. Deseaba que lo hicieran fuera, odiaría que ______ presenciara algo tan horrible. Oyó que se abría la puerta y se preparó para lo que vendría. _______ entró en la estancia y se sorprendió al ver a Tom en ropa interior debajo de la ventana. —¿Por qué no está en la cama? ¿Quiere que se le abra la herida, señor Kaulitz? Tom levantó la cabeza y clavó los ojos en _______ lleno de con¬fusión. —¿Dónde están los vigilantes? —Se han marchado. Tom no podía creer lo que oía. —¿Por qué no me ha delatado? Cuando las mujeres hacían algo inesperado, siempre era por algo. —Déjeme ayudarle —dijo _______, preguntándose a sí misma qué podía responder a esa pregunta. Tom le puso el brazo sobre los hombros y se apoyó en ella mientras recorría los pocos pasos que les separaban de la cama. Se sentó en el borde del colchón, sin fuerzas para moverse, así que fue ella quien se inclinó y le subió las piernas a la cama antes de cubrirlas con una sábana.
—¿Por qué lo ha hecho, señorita ______ Fuller? _______ sabía que tenía que responderle, pero no podía explicarle su renuencia a entregarle a los vigilantes. —No soy quién tiene preguntas que responder, señor Kaulitz. Por ejemplo, ¿es usted realmente el hombre que buscan? Tom apretó los labios en una línea tensa. Mentir no serviría de nada. —Lo soy. —¿Es cierto lo que dicen que ha hecho? ¿Pegó a una mujer? —No. —¿Niega haberla seducido? —Lo niego todo. Jamás he tocado a Michelle. ¡Y ella miente si afirma lo contrario! —¿Por qué ha huido? —Ya ha hablado con los vigilantes. ¿Cree que comprobarían los hechos antes de colgarme de un árbol? Además, no pienso permitir que una mujer me obligue a casarme con ella.
______ sostuvo la turbulenta mirada de Tom sin rastro de temor. Se le aceleró el pulso y la atravesó una insidiosa sensación. ¿Qué le ocurría? No pudo negar la perturbadora emoción que le habían provocado aquellas palabras. Tom sonaba y parecía implacable desde el pelo oscuro y la rígida mandíbula, a la intensidad ardiente de aquellos ojos cafes, crueles e inquebrantables. Se preguntó quién sería la mujer que le había convertido en un hombre tan amargado. Hubo un largo silencio, roto sólo por el suave gemido que surgió de los labios de Tom. Mientras tanto, en la mente de _______ sólo resonaba una pregunta: «¿Miente Tom Kaulitz?»
—Quiero decirle lo mucho que agradezco su ayuda —dijo Tom, sintiendo los efectos de haberse levantado de la cama—. Pero si no le importa, estoy muy cansado y preferiría seguir más tarde con la conversación. —No dude que la continuaremos, señor Kaulitz, quiera usted o no. En Rolling Prairie también hay vigilantes y le aseguro que son tan crueles como los de Dry Gulch. No me costaría nada en¬viar a Manuel a buscarles. —Haga lo que considere oportuno —dijo Tom, demasiado cansado como para que le importara—. Pero será mejor que lo haga rápido, antes de que me encuentre lo suficientemente bien como para huir.
—Podría hacerlo, señor Kaulitz —dijo ________ con la voz áspera por la furia mientras salía de la habitación. «Maldita mujer», pensó Tom enfadado. No movería ni un dedo por ninguna, y odiaba tener que agradecerle algo a una de ellas. No podía decidir si había sido buena suerte, o no, que el destino le hubiera conducido a Circle F y a la señorita ______ Fuller. Su último pensamiento antes de sumirse, exhausto, en el sueño fue que sería muy afortunado si no se despertaba y se encontraba a los vigilantes sacándole de la cama para colgarle en el árbol más cercano. —¿Qué ha dicho kaulitz sobre los cargos que le imputan? —preguntó Manuel cuando se reunió con _______ un poco más tarde—. ¿Es culpable? —Lo ha negado todo, por supuesto, salvo que es el hombre que buscan. Francamente, no sé qué pensar. Me resulta difícil creer que el hombre que duerme arriba sea el individuo cruel que ha descrito el señor Reed.
—Las apariencias engañan, señorita _______. —¿Por qué no dijiste nada si piensas que es culpable de lo que le imputan? Manuel escupió el tabaco que estaba mascando entre sus pies. —Jamás me han gustado los vigilantes. Se consideran la ley, pero no lo son.
_______ se estremeció. —No podría estar más de acuerdo. —No podía sacarse de la cabeza la manera en que la había mirado John Reed—. Por desgracia, tendremos que aguantarlos hasta que haya una ley justa en el territorio. —¿Qué va a hacer ahora con Kaulitz? —preguntó Manuel. —De momento nada. Está demasiado débil para suponer una amenaza. Tomaré una decisión llegado el momento. Pongámonos a trabajar, las tareas esperan.
—¿Se ha olvidado usted de Rivas, señorita ________? Regre¬sará pronto en busca de una respuesta. Sé cuánto significa este rancho para usted. —Tengo que encontrar las escrituras, Manuel. Sé que mi padre no hipotecaría el rancho sin decírmelo. ¿Dónde pueden estar? He rebuscado por todos lados. Dos días después, Mario Rivas se presentó en la puerta de ______. —Está usted muy guapa hoy, ______. Le quedan bien los panta¬lones, pero cuando nos casemos se pondrá vestidos y actuará como una dama. Su padre fue demasiado permisivo e indulgente con usted. —Dígame qué quiere, señor Rivas, tengo que ocuparme del rancho. —No por mucho tiempo, querida —dijo él con una sonrisa falsa—. ¿No va a invitarme a pasar? —Estoy muy ocupada.
—De hecho, yo también. —La empujó al interior de la casa—. Siempre me ha gustado esta casa. Su padre tenía muy buen gusto. ________ sintió que le invadía una furia impotente. —¿Qué es lo que quiere, señor Rivas? —Primero, me gustaría que me llamara Mario. Dentro de poco estaremos casados. —No mientras me quede aliento en el cuerpo. —Un cuerpo muy hermoso —dijo el recién llegado, clavando la mirada en los redondos pechos de la joven—. Apenas puedo esperar para tenerla en mi cama. Vamos a disfrutar mucho el uno del otro.
tom oyó voces en el piso de abajo y frunció el ceño al identificar que había un hombre hablando con ______. Había oído antes esa voz. Intrigado, se levantó de la cama. Se detuvo en el umbral para descansar mientras escuchaba la conversación que flotaba en el aire. —¿Por qué sigue acosándome, señor Rivas? —escuchó que decía ella.
—Se le olvida, querida, que es mi banco el que posee la hipoteca que pesa sobre sus tierras. Si no se convierte en mi esposa, me veré forzado a embargarlas. El rancho será mío nos casemos o no, pero si es mi mujer podrá continuar viviendo aquí, donde ha nacido y crecido. Conozco el afecto que siente por este lugar. Y ya sabe lo mucho que la deseo. —Cuando regrese mi prometido, encontrará la manera de de¬mostrar que es usted un mentiroso y un tramposo. —Siga soñando, querida. Le juro que no se casará con nadie más que conmigo. Y ahora, ya que lo haremos dentro de poco, me gustaría catar sus encantos.
Antes de que se percatara de sus intenciones, _______ se encontró apretada contra el pecho del banquero. Era más fuerte de lo que parecía y sus inútiles intentos para zafarse sólo sirvieron para enar¬decerle más. —¡Suélteme!
—Todavía no —dijo Rivas, aplastando los labios contra los de ella. Desde su ventajosa posición, Tom escuchó con frustración la violenta lucha que tuvo lugar a continuación entre _______ y Rivas. Se sentía indefenso como un gatito. Si por lo menos tu¬viese su arma... Se estaba preguntando si perdería el conocimiento al bajar las escaleras, cuando _______ hizo innecesaria su intervención. La joven levantó la rodilla y la clavó en la ingle del hombre con la fuerza suficiente para que cayera al suelo. Él gritó y se dobló sobre sí mismo con un gemido de agonía. —Me las pagará —dijo con la voz entrecortada—. En cuanto estemos casados, lamentará haberme atacado. Tenía intención de tratarla bien, pero por lo que veo necesita ser domesticada.
Tom emitió una risa ahogada. Se cuidaría mucho de no albo¬rotar las plumas de la señorita _______ Fuller. Esperó hasta que estuvo seguro de que Rivas no tomaba represalias para regresar a la cama. No era necesario preocuparse. Manuel apareció en la casa unos momentos después y parecía lo suficientemente disgustado como para apretar el gatillo del rifle que llevaba en las manos. De hecho, Tom esperaba que lo hiciera.
—¿Le está molestando esta mofeta, señorita _______? —El señor Rivas ya se iba, Manuel. Trae su caballo. Rivas se había incorporado ya aunque todavía se agarraba la ingle protectoramente. —Este hombre se largará de aquí en cuanto nos casemos —escupió, lanzándole al anciano una mirada venenosa—. Volveré con la ley en la mano. Sé lo mucho que quiere a estas tierras, así que traeré también un predicador por si acaso ha cambiado de idea y quiere casarse conmigo. —No se moleste —dijo ______ con valentía—. Me casaré con mi prometido en cuanto regrese, que será cualquier día de éstos. Rivas se rió. —Por cierto, hágame el favor de deshacerse de los pantalones y elegir algo femenino para nuestra boda.
Tom se apoyó en la puerta y observó la partida de Rivas, intrigado sobre quién sería el prometido del que habían hablado. No le gustaba nada Mario Rivas. Le calculaba unos treinta y cinco años. Era un hombre que podía resultar atractivo, pero la mirada que dominaba su rostro, alargado como el de un hurón, era huidiza y no ofrecía confianza. Sus ojos eran tan claros, que más que azules resultaban incoloros. Aunque era de estatura y constitución medianas, Tom sospechaba que era más fuerte de lo que parecía. Pero se dijo que eso no era asunto suyo. Él tenía sus propios problemas. Había sido acusado de algo que no había hecho y no podía volver a su casa hasta que sus hermanos aclarasen las cosas.
Tom no podía culpar a _______ por proteger su rancho; él hubiera actuado de la misma manera. Su casa y su familia lo significaban todo para él. La única diferencia era que los hermanos Kaulitz poseían un rancho próspero y no tenían necesidad de hipotecar sus tierras. No tenía demasiadas ganas de regresar al lecho ahora que había salido de él. A pesar de que seguía teniendo breves episodios de fiebre, cada día estaba un poco más fuerte, y no faltaba demasiado para que estuviera recuperado por completo. En un par de semanas podría abandonar la cama de manera permanente. Tenía que ponerse en contacto con sus hermanos de alguna manera y enterarse de si Michelle seguía sosteniendo la misma historia, incluso debía saber si los vigilantes seguían persiguiéndole. —¿Qué hace ahí? —preguntó _______, colocando la bandeja de comida en la mesilla de noche y acercándose a Tom para ayudarle a regresar a la cama.
Tom odiaba admitirlo, pero todavía estaba demasiado débil para permanecer levantado más tiempo. Sin importar lo mucho que detestara estar enfermo, hacía menos de una semana que había estado a las puertas de la muerte. —¿Qué le hace pensar que esa comadreja de Rivas está mintiendo sobre la hipoteca? —preguntó Tom mientras ________ le colocaba la bandeja en el regazo—. Quizá sea cierto que su padre hipotecó el rancho.
—¿Ha estado escuchando a escondidas? —Hubiera sido imposible que no lo hiciera. —Clavó los ojos en ella. Pensó en lo hermosa que estaba con la cara encendida y los vividos ojos azules brillando de furia. —Si Rivas miente, debería tener usted la escritura de las tierras. ¿La tiene? _______ negó con la cabeza. —He puesto la casa patas arriba buscándola, pero no he po¬dido encontrarla. Pero sé que mi padre no hubiera hipotecado el rancho sin decírmelo.
—¿No tiene ninguna idea de qué podría haber ocurrido?
—Ninguna, pero... poco después de la muerte de mi padre, alguien entró en la casa. No echamos nada en falta, así que no le di importancia. Era una época amarga. Los vaqueros comenzaron a irse y el ganado desaparecía. Poco después, Mario Rivas comenzó a acosarme y a decirme que debía pagar la hipoteca, in¬sistiendo en que se había vencido el plazo. —¿Y qué pasa con su prometido? ¿Por qué no la ayuda? _________ le dirigió una mirada sorprendida.
—Eso no es asunto suyo.
—Tiene razón. Dentro de unos días seguiré mi camino. —Pero Tom seguía intrigado. —¿Adónde irá? No parece el tipo de hombre al que le guste huir. Ese tipo, John Reed, mencionó algo sobre sus hermanos. ¿Y sus padres? —Han muerto —dijo él con la voz tensa—. Sólo quedamos Bill, Georg y yo. Soy el mayor. Nuestro rancho está situado al oeste de la localidad de Dry Gulch. Eso es todo lo que necesita saber, señorita _______ Fuller. —Y mucho más de lo que deseo saber, señor Kaulitz.
«Hombre imposible», pensó _______ con mal humor. No era más que un desagradecido. Debería haberle dejado morir. Esa noche, ________ picoteó la cena mientras buscaba sin cesar una solución a sus problemas. Llevaba semanas toreando a Rivas con un prometido inexistente. ¿Qué iba a hacer cuando aquel hombre ficticio no apareciera? Casarse con Mario Rivas estaba fuera de toda cuestión. El banquero le daba asco. Sólo pensar en que la besara, la tocara y le hiciera lo que solían hacer los matrimonios hacía que le entraran ganas de vomitar. Pero, ¿acaso tenía otra elección?
Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa —sin importar lo que fuera— para no perder las tierras que su padre había trabajado durante más años de los que quería recordar, afanándose de ma¬nera incansable para hacerlas prosperar. Pero casarse con Rivas no era una de esas cosas. Se le revolvió el estómago al pensarlo y dejó el tenedor en el plato antes de apartarlo. Tenía que hacer algo, pero ¿qué? ¿Por qué no podía tener un prometido dispuesto a ayudarla a pelear contra Rivas? ¿Por qué...? _________ se quedó paralizada mientras en su mente se formaba una idea que lo solucionaría todo. Era algo tan simple que parecía imposible que no se le hubiera ocurrido antes.
CAPITULO 4
Dolor. Un dolor lacerante y profundo. Un dolor abrasador. Tom intentó librarse de aquel inexorable tormento moviéndose, pero no sirvió de nada. ¿Por qué estaba boca abajo, como si fuera un cordero dispuesto para el sacrificio, sufriendo más de lo que podía aguantar un hombre? —Manuel, está recobrando el conocimiento.
—Aún no he terminado, señorita _______. No deje que se mueva.
—Eso intento, Manuel, pero es muy fuerte.
De repente, Tom soltó un grito y se volvió a quedar inconsciente. —¡Lo he conseguido, señorita ________! —La voz de Maneul era exultante mientras dejaba caer en un plato metálico la bala que acababa de sacar de la espalda del desconocido—. Páseme ahora la botella de whisky para desinfectar la herida.
—¿Crees que es lo mejor?
—Es lo único que tenemos.
—¿Vivirá? —preguntó ______, llena de preocupación.
—Eso no puedo saberlo. Parece un hombre saludable. No muestra la palidez típica de la prisión. No sé de quién o de qué escapaba, pero no me parece un forajido. De todas maneras sólo es mi opinión.
—Confío en tu juicio, Manuel. Ahora ya puedo ocuparme yo sola. Ve a comer algo.
—¿Está segura?
—Sí.
Después de que Manuel se marchara, ______ cubrió la herida con un apósito de algodón realizado con las tiras que había cortado de una sábana. Luego rodeó el pecho del hombre con otra larga lira para mantener el paño en su lugar. Cuando terminó, retrocedió un paso para inspeccionar el trabajo. Manuel había desnudado al desconocido dejándolo en ropa interior mientras ella hervía agua y desinfectaba el afilado cuchillo que el vaquero le había pedido. Cuando regresó a la habitación, el extraño estaba boca abajo cubierto hasta la cintura por una sábana. La espalda, los brazos y el pecho del hombre estaban bronceados, como si estuviera acostumbrado a trabajar al aire libre sin la protección de una camisa. Era alto y corpulento, un formidable espécimen masculino. Delgado pero musculoso en los lugares adecuados. No tenía acumulada grasa alrededor de la cintura. Supuso que si pudiera verle las piernas, éstas serían tan fornidas como el resto del cuerpo. Tenía el pelo liso y oscuro y lo llevaba algo más largo de lo que se estilaba, justo por debajo de los hombros, pero aquello no servía más que para realzar aquella agreste belleza masculina. Le había caído un mechón sobre los ojos y _______ alargó la mano sin pensar para colocárselo. Le pareció suave, espeso y pesado entre sus dedos, y lo estuvo acariciando durante más tiempo del necesario. De repente se dio cuenta de lo que estaba haciendo y apartó la mano como si se hubiera quemado. Aquel extraño no era una de sus fantasías, sino un hombre al que no conocía. No tenía ni idea de quién podía ser, pues no llevaba identificación de ningún tipo, sólo un montón de dinero en el bolsillo del chaleco. La ropa era de buena calidad y las botas parecían nuevas. Si se trataba de un forajido, desde luego le iban muy bien las cosas. Manuel volvió al poco rato.
—Yo me quedaré con él ahora, señorita _______. Vaya a comer algo. No podemos hacer nada más por él, salvo asegurarnos de que está cómodo.
—Me pregunto quién será —reflexionó ______ en voz alta.
Manuel encogió sus delgados hombros.
—Me temo que tendremos que esperar a que esté lo suficien¬temente bien como para decírnoslo. —Volveré dentro de un rato —dijo ______ acercándose a la puerta. Se detuvo en el umbral y añadió—: Intenta que beba algo de agua antes de que le suba la fiebre.
—No se preocupe, señorita. Me encargaré de todo.
Segura de que Manuel velaría por el herido, ______ salió de la ha¬bitación. Aún tenía muchas tareas pendientes que no admitían más demora. Se dirigió a recoger los huevos y, mientras estaba en el gallinero, pensó que debería de matar un pollo. El caldo le sentaría bien al herido. Cuando se despertara —si se despertaba— estaría famélico. tom gimió y abrió los ojos. El dolor que le entumecía la mente parecía provenir de todo su cuerpo. Recobró la consciencia lentamente. Yacía sobre algo blando y suave. ¿Sería una cama? Movió el cuello poco a poco, mirando hacia los lados, y vio a un hombre dormitando en una silla. Era enjuto y su cara curtida y arrugada como el cuero daba testimonio de años de trabajo al aire libre, bajo el sol, el viento y la lluvia. Vio que el anciano sacudía la canosa cabeza al percibir sus movimientos y que abría los ojos de repente, clavándolos en él.
—Así que ya ha despertado, ¿verdad? ¿Le gustaría beber un poco de agua? Tom tragó saliva y asintió con la cabeza bruscamente, lo que hizo que la habitación le diera vueltas.
—Por favor... —graznó. El anciano le sostuvo mientras bebía. —Despacio, beba poco a poco. —Gracias —dijo Tom con voz débil—. ¿Dónde estoy?
—Se encuentra en el rancho Circle F —Entonces el hombre fue directo al grano—: ¿Quién le ha disparado? —¡Oh!, ¿ha despertado ya?
Tom giró la cabeza hacia la voz y se encontró con un ángel; pensó que sufría alucinaciones. La mujer que acababa de entrar en la habitación era demasiado hermosa para ser real. Al momento se puso en guardia. Las mujeres con aquel aspecto eran todavía menos de fiar que las demás. Sabía por experiencia que tenía que ser extremadamente cuidadoso con las mujeres hermosas, pues solían ser muy engreídas. Aquella mujer era extraordinariamente guapa. Tenía el pelo del mismo color que las gavillas de trigo maduro y le caía sobre la espalda en una trenza, y los ojos eran tan azules como el cielo de Montana en un día despejado. Su cuerpo curvilíneo se apreciaba a la perfección con aquellos pantalones ceñidos que vestía y los pechos se erguían insolentes bajo la camisa, de tal manera que Tom percibió los pezones presionando contra la gastada tela.
La mujer se acercó a la cama. —¿Cómo se encuentra? —Jodido. Me duele todo el cuerpo. ¿Han podido sacar la bala? —La limpia y femenina esencia de la joven inundó sus fosas nasales, haciéndole contener la respiración hasta que le resultó im¬posible seguir haciéndolo. —Es a Manuel a quién debe agradecérselo. —Todavía no está fuera de peligro —dijo Manuel—, y vigile su lenguaje cuando hable delante de la señorita _______.
—Lo siento —masculló con ferocidad. Paseó la mirada lenta¬mente por las curvas de la joven. Jamás se había tropezado antes a una mujer vestida con pantalones. ¿Qué clase de mujer sería?, se preguntó. —¿Quién es usted? —le pregunto ella con curiosidad—. ¿Quién le ha disparado? ¿Qué hacía en el sótano de mi casa? La mayoría de los hombres habrían pedido ayuda en la puerta, ¿de quién o de qué se esconde? Tom abrió la boca para responder pero no fue capaz de decir una palabra. Las pocas que había pronunciado habían agotado sus fuerzas. Con un suspiro, se dejó llevar de nuevo por la inconsciencia.
—¿Está bien? —le preguntó ______ a Manuel con preocupación. —Todavía respira —dijo Manuel—, lo que no sé es cuánto tiempo más lo seguirá haciendo. __________ puso la mano sobre la frente del desconocido. —Está ardiendo. ¿Qué podemos hacer? —Podemos intentar bajarle la temperatura mojándole. He oído decir que si se baña a una persona febril con agua fría, se consigue que le baje la fiebre.
Manuel salió de la estancia dejando a __________ a solas con el hombre. —No se muera —susurró ella—, por favor, no se muera. —No sabía por qué, pero el mero pensamiento de que aquel des¬conocido se muriera le resultaba insoportable. No sabía de dónde venía ni quién era, pero algo en él la conmovía. Perdido en las profundas y dolorosas sombras, Tom oyó aque¬lla dulce voz que le impedía caer en la oscuridad que le reclamaba.
Eligió enseguida no morir. Si esa mujer, que ni siquiera le conocía, quería que siguiera vivo, él debía intentar que así fuera. Se lo debía tanto a ella como a sus hermanos. Tom regresó lentamente al mundo de los vivos. Había recuperado y perdido la consciencia varias veces durante las horas críticas de su recuperación. Había notado que alguien derramaba agua fría sobre su cuerpo. Alguien con las manos suaves y una voz que desafiaba al propio demonio para salvarle. Su primer pensamiento coherente fue que le debía su vida a una mujer llamada __________. El segundo, que aquello le podía acarrear un montón de problemas.
—Casi le perdemos —dijo la joven cuando vio que él clavaba los ojos en ella—. Bienvenido. —¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó Tom con la voz áspera y ronca. —Tres días. Hemos llegado a pensar que la fiebre acabaría con usted. ¿Tiene hambre? —No demasiada. Lo que tengo es mucha sed. —Tiene que comer algo. He hecho caldo de pollo. ¿Cree que podría sentarse y apoyarse en la espalda? Él apretó los dientes. —Si me ayuda creo que lo conseguiré.
Ella se movió con celeridad para ayudarle a darse la vuelta de manera que pudiera apoyar los hombros en las almohadas que había colocado previamente. Tom encontró que el dolor era casi tolerable y que no le importaba sentir un poco si con ello dejaba de estar boca abajo. Entonces, tuvo otra urgente necesidad y se movió incómodo. —¿Qué pasa? ¿Le he hecho daño?
—No. Necesito... er... es decir, quizá podría decirle a algún hombre que me ayude. Cuando se percató de lo que quería, la cara de la joven adquirió un brillante tono rosado. —Le diré a Manuel que suba y regresaré después con el caldo. Entonces podremos hablar. Ni siquiera sé cómo se llama. Media hora después, ________ regresó a la habitación con una bandeja en la que llevaba una humeante taza de caldo. La dejó en la mesilla de noche y se sentó en el borde de la cama para alimentarle. —No necesito su ayuda —gruñó él, poco acostumbrado a ser atendido por una mujer. ________ permitió que intentara valerse por sí mismo, sabiendo que él todavía estaba demasiado débil para utilizar la cuchara con agilidad. Después de varios intentos inútiles, Tom le ofreció la cuchara con un «usted gana». Odiaba exhibir cualquier tipo de debilidad delante de una mujer.
Mientras cogía la cuchara y la introducía en el caldo para acer¬cársela a los labios, _______ pensó que aquel hombre era demasiado terco para su bien. Observó que tragaba a regañadientes y que, cuando el tazón estaba casi vacío, giraba la cabeza a un lado. —No quiero más. —De acuerdo —dijo _______, dejando la cuchara al lado del tazón—. Bueno, dígame, ¿cómo se llama? Él la miró con el ceño fruncido. No le gustaba sentirse indefenso. Tal y como lo veía, tenía dos opciones: podía decir la verdad o mentir. Pero esto último le parecía algo despreciable después de cómo habían cuidado de él.
—Me llamo Tom Kaulitz. ¿Quién es usted?
—_______ Fuller. ¿De dónde procede, señor Kaulitz?
—De los alrededores. De aquí y allá. Manuel me ha comentado que estamos en el rancho Circle F. De repente, Tom recordó la conversación que había oído en el sótano mientras estaba allí escondido. —¿Quién es Mario Rivas y por qué la amenaza? __________ se echó atrás sorprendida. —¿Quién le ha hablado de Mario Rivas? —La oí discutir con él mientras estaba escondido en el sótano. ¿Qué se traen entre manos? ________ se puso a la defensiva. —En realidad no es asunto suyo, señor Kaulitz. Bueno, ¿por dónde íbamos? Ah, sí, ¿quién le disparó? —Nadie que usted conozca —replicó Tom. Comenzaron a cerrársele los ojos y ________ se dio cuenta de que debía de estar cansado. Pero aún tenían mucho que aclarar. Tom Kaulitz no iba a poder ocultarle la verdad.
Al día siguiente Tom se sintió más fuerte. Pudo comer solo y co¬menzó a tener mucha hambre. Se estaba comenzando a plantear le¬vantarse de la cama e intentar caminar de un lado a otro, cuando escuchó que se acercaban unos caballos. Supo sin que nadie se lo dijera que eran los vigilantes. Estaba demasiado débil para escapar, pero salió arrastrándose de la cama y, tambaleándose de dolor, se dirigió hacia donde estaba su ropa para coger las armas. Por desgracia, sus revólveres no estaban con la ropa y no los veía por ninguna parte. Casi le abandonaron las fuerzas cuando se acercó a la ventana y echó un vistazo. Estaba en lo cierto. La partida de vigilantes de Dry Gulch acababa de entrar en el patio y les vio frenar en seco al ver a ________ trabajando en el establo. Se sintió algo aliviado cuando Manuel se puso al lado de la joven armado con un rifle. Temía que hicieran daño a la chica y eso era lo último que deseaba. No quería que resultara herida por su culpa.

miércoles, 9 de mayo de 2012

CAPITULO 3
La luz del día languidecía cuando abrió los ojos. Al intentar moverse, le invadió la agonía. Se recostó, inspirando profundamente para controlar el dolor mientras trataba de recordar por qué yacía sobre un charco de sangre detrás de una enorme roca redondeada. Le llevó un momento de intensa concentración recordar lo sucedido. Entonces tuvo la certeza de que tenía que salir de allí lo más rápidamente posible, antes de que los vigilantes regresaran a buscarle. Pronto anochecería, pensó Tom, lo que dificultaría que le localizaran. Además oyó resonar un trueno a lo lejos. Sería una suerte que estallara ahora una tormenta, pues haría más difícil que siguieran su rastro. Tom se sentó con dificultad y se tomó un momento para coger fuerzas y orientarse. Había muchos ranchos en esa zona. Y, si no se equivocaba mucho, Rolling Prairie no quedaba demasiado lejos.
Al darse cuenta de que se le acababa el tiempo, se puso en pie tambaleándose y, oscilando peligrosamente, comenzó a andar por pura fuerza de voluntad. La sangre le empapaba la ropa y se preguntó cuánta podía llegar a perder un hombre antes de morir desangrado. Avanzó lentamente por el cañón, permaneciendo consciente a base de repetir mentalmente la lista de las razones por las que no se podía confiar en las mujeres. Empezó por su madre, que les había abandonado por un viajante cuando vivían en Illinois. Amargado por la marcha de su esposa, su padre había terminado por vender la granja y la casa y se había trasladado a Montana. Se había pasado la vida recordándoles una y otra vez que confiar en una mujer no daba más que problemas, y casi siempre había tenido razón. Bill había aprendido la lección de la manera más dura. Cortejó a Loretta Casey, la belleza del pueblo, y se comprometió con ella. Pero la inconstante señorita le había dado calabazas después de que él se hubiera enamorado de ella. Loretta le dejó por un petimetre del Este que le ofreció la oportunidad de vivir en la gran ciudad, algo a lo que su hermano se había negado en reiteradas ocasiones. También Georg encontraba que las mujeres eran demasiado exigentes para su gusto. La única chica por la que se había interesado el menor de los Delaney, había insistido en que trabajara con su padre en una tienda y en que se olvidara de ir de juerga. Aunque a Georg no le hubiera importado lo último, le encantaba trabajar en el rancho.
Luego recordó sus propios errores. Comenzando con el día en el que se había casado con Katia Summers. En aquel momento, tenía veintiún años y estaba enamorado, o eso creía. Dio por hecho que se casaba con una virgen tímida e inocente, aunque enseguida descubrió que se había casado con una mujer experimentada que dedicaba todo su tiempo libre a acostarse con sus múltiples amantes. Cuando la encontró en la cama con John Reed, que había sido su novio antes que él, la había echado a patadas del rancho. Gordon Kaulitz, el padre de Tom, recurrió a todas sus influencias para conseguir la anulación. Así que tanto su madre como Katia dejaron en Tom una profunda huella que le había llevado a jurarse que no daría otra oportunidad a ninguna mujer.
Trastabillando a través del oscuro cañón, recordó a su madre y revivió la angustia que su abandono había provocado en la familia. Al madurar y hacerse más sabio, no olvidó aquella lección. Las mujeres podían arruinar la vida de un hombre. Le gustaba el sexo y buscaba disfrutarlo cada vez que iba a la ciudad, pero aquéllas eran relaciones que servían únicamente para satisfacer su lujuria. Tenía sus preferidas entre las jóvenes que vendían su cuerpo encima del saloon de Stumpy, pero ninguna significaba para él más que un buen revolcón. Tom estaba ya al límite de sus fuerzas. Había comenzado a llover cuando dejó atrás el cañón y ya no tenía la mente lúcida. ¿Eran alucinaciones o realmente estaba viendo el oscuro contorno de una casa a lo lejos? Sentía tanto calor que notaba fuego en la garganta y más sed que un hombre en el desierto. Sin embargo, a pesar de estar mareado por la pérdida de sangre, se obligó a continuar, pues sabía que si se detenía perdería cualquier esperanza de sobrevivir. Si no le encontraban los animales salvajes, lo harían los vigilantes. Tom cayó de rodillas. Le atravesó un horrible dolor. Quería acostarse, cerrar los ojos y olvidar aquel sufrimiento, deseaba dejarse llevar por la inconsciencia. Luchó contra el impulso de darse por vencido mientras la casa adquiría forma en la oscuridad. Par¬padeó. No era un espejismo, había un edificio delante de él, a no más de cien metros.
La luz que se derramaba por las ventanas guió a Tom como un faro. Utilizó sus últimas energías para alcanzar el porche delantero, tambaleándose sin detenerse hasta conseguir su objetivo. Cuando se detuvo a recobrar el aliento, se dio cuenta de que no estaba usando el sentido común; no debía llamar a la puerta de unos desconocidos sin saber si podía confiar en ellos. Necesitaba agua y descanso para lograr recuperarse lo suficiente y evaluar la situación con cierta lógica.
Vio que había una bomba en el patio y se acercó despacio a ella. No había nadie a su alrededor, lo que le pareció extraño en un rancho de aquel tamaño. Recurrió a sus últimas fuerzas para bombear y se arrodilló para recibir el primer chorro en la boca. Cuando decidió que ya había bebido lo suficiente, se dirigió casi arrastras a la parte trasera de la casa en busca de un cobertizo o de algún edificio anexo dónde poder refugiarse. Pero vio algo mejor: la entrada a un sótano. Hizo palanca en la puerta y bajó los escalones a trompicones. Una vez dentro, volvió a cerrar la puerta. Se encontró en una oscuridad absoluta. Usó el sentido del tacto para localizar un saco de patatas y se apoyó en él. Exhausto, después de aquel último alarde de fuerzas, se dejó caer y, finalmente, se abandonó a una bendita inconsciencia.
La sensación más dolorosa de sus veintiocho años de vida le despertó. La boca le sabía a sangre y parecía como si una manada de caballos salvajes corriera en estampida dentro de su cabeza. No tenía palabras para describir el dolor que sentía en la espalda. Era lo suficientemente listo como para saber que si la bala no había salido, el envenenamiento de la sangre terminaría por matarle. Algunos afilados rayos de luz captaron su atención, y levantó la vista hacia las tablas del techo que conformaban el suelo de la habitación que había sobre su cabeza, percibiendo breves retazos de lo que ocurría arriba. La claridad era muy fuerte, por lo que dedujo que ya era de día y que había permanecido inconsciente du¬rante toda la noche y parte de la mañana. Volvía a tener sed y es¬taba todavía más débil que la noche anterior. Entonces oyó ruido de pasos en las tablas y agudizó la atención. El sonido de voces se filtró hasta donde estaba. Intentó escuchar y, a duras penas, logró entender algunas palabras. Las voces pertenecían a un hombre y una mujer.
—Ya empiezo a aburrirme de tantos aplazamientos, _________ (TN). Como no fije pronto la fecha de nuestra boda, daré orden para que mi banco embargue su propiedad. —Como sabe de sobra, señor Rivas, el Circle F no está hipotecado. Mi padre se ocupó de que tanto el rancho como las tierras estuvieran libres de cargas. Si posee una hipoteca, es falsa. —¿Está insinuando que soy un embustero? —se regodeó Rivas No se escuchó nada durante un buen rato y Tom se preguntó si el tal Rivas habría acobardado a la mujer y conseguido que se callara. Pero pronto resultó evidente que ella tenía más tem¬ple del que él le suponía. —Eso es exactamente lo que estoy sugiriendo, Mario Rivas. Es un mentiroso y un tramposo y no me casaría con usted ni por todo el oro del mundo. Además, estoy profundamente enamorada de mi prometido. Pronto nos casaremos. Él se ocupará de poner fin a este juego que usted se trae entre manos. —Un prometido —repitió Rivas con desprecio—. No me lo creo. ¿Dónde vive? ¿Por qué no ha aparecido todavía por aquí? _______ (TN), es usted una embustera
—Le dijo la sartén al cazo... —replicó la mujer. —No intente engañarme, querida. He deseado que sea mía desde el primer momento en que la vi. Al principio era su padre quien se interponía en nuestro camino, pero su muerte ha cam¬biado las cosas. Usted quiere conservar el rancho, ¿verdad? Eso está bien, me gusta. Nuestras tierras son colindantes, las suyas tienen hermosos prados y el agua que a las mías les falta. Al casarnos poseeremos una enorme porción del territorio de Montana. Como su querido prometido no aparezca pronto por aquí, será mejor que vaya pensando en casarse conmigo para no perder sus tierras. —Llevó la mano al sombrero—. Buenos días, querida. Después de que Mario Rivas saliera, ________(TN) Fuller cerró la puerta con la fuerza suficiente como para hacer rechinar los goznes. ¡Le quedaban dos semanas! Llevaba seis meses dándole largas a ese individuo, justo desde que murió su padre. Sabía que el banquero mentía sobre la hipoteca, pero aunque llevaba todo aquel tiempo buscando la escritura del rancho, no había logrado encontrarla. Debía estar en algún sitio, pero ¿dónde?
Los documentos de la hipoteca que le había mostrado parecían auténticos, pero estaba segura de que su padre no hubiera empe¬ñado el rancho sin decírselo. Puede que no tuvieran mucho dinero, pero siempre habían salido adelante en tiempos difíciles sin nece¬sidad de sacrificar las tierras.
A sus veintidós años, ________(TN) Fuller no comprendía el efecto devastador que tenía en los hombres. Era rubia y de ojos azules, y sus muchos pretendientes decían que poseía una peculiar belleza que, sin embargo, ella no percibía. Su padre, Robert Fuller, le había dado mucha libertad después de que su madre muriera, cuando ella tenía doce años, y durante todo ese tiempo había desarrollado ideas propias, una mente aguda y un temperamento en consonancia, por lo que no tenía ganas de atarse a nadie. Se encontraba igual de cómoda con una camisa de franela que con un vestido y, desde la muerte de su padre, había administrado el rancho sin más ayuda que Manuel, un viejo y brusco vaquero que llevaba trabajando para ellos toda la vida. El anciano, que si respondía a otro nombre, jamás se lo había dicho a nadie, era su único apoyo. El resto de los vaqueros, o bien habían abandonado o bien habían sido ahuyentados por los hombres de Rivas. Cada dos por tres aparecían partidas de cuatreros para robarles el ganado, algo que la estaba llevando al borde de la ruina. Además, tras la muerte de su padre, había comprobado en carne propia que a los vaqueros no les gustaba demasiado trabajar para una mujer.
Como los demás rancheros de la zona ofrecían mejores salarios, ella se encontraba con el agua al cuello y sentía el aliento de Ribvas en el cogote; se le acababa el tiempo. Cuando descubriera que no estaba comprometida con nadie, le arrebataría sus tierras, pero casarse con él era una opción que ni siquiera era capaz de considerar. No quería tener nada que ver con ese tramposo ni por todo el oro del mundo. La joven abandonó la casa con la moral por los suelos. Había mucho trabajo que hacer y poco tiempo para llevarlo a cabo. Era casi imposible sacar adelante el rancho en esas condiciones. Sabía que lo mejor sería acercarse al pueblo un poco más tarde para contratar algunos vaqueros, pero las últimas dos veces que lo intentó había resultado una pérdida de tiempo. Rivas había hecho correr el rumor de que estaban al borde de la ruina y que cualquier trabajo en el Circle F sería temporal.
Se dirigió al establo y comenzó a remover el heno del altillo, reparando en que Manuel había pasado antes por allí y había soltado a los caballos para que salieran a pastar. Trabajó sin descanso hasta que le dolieron los brazos y el estómago le rugió de hambre. Aquella mañana sólo había picoteado algo en el desayuno y ya era hora de almorzar. Sospechaba que el anciano también estaría deseando comer algo. Mientras se dirigía hacia la casa, recordó que no le quedaban patatas en la cocina y que tendría que bajar por más. Dobló la esquina del edificio y vio que la puerta del sótano estaba ligeramente entreabierta, pero no le dio importancia. Aunque era pesada, ella estaba acostumbrada a realizar tareas duras y la movió con facilidad haciendo palanca. Bajó con cuidado los escalones en medio de la penumbra. Recordó que el saco con las patatas estaba en una de las esquinas más alejada. Atravesó el recinto a tientas en medio de la oscuridad y casi se cayó cuando tropezó accidentalmente contra un obstáculo que encontró en su camino, un bulto que no debería haber estado allí; que no estaba allí el día anterior. Cayó de rodillas y sus manos chocaron contra algo caliente y suave... algo que parecía humano. Se apartó alarmada. Santo Dios, ¿por qué no había llevado una linterna?
Contuvo un grito cuando el bulto se movió bajo sus dedos. Con suma precaución, palpó y encontró un montón de tela. Pero aquella tela cubría músculos, músculos duros y un pecho ancho y... y una cara cubierta de áspera barba. ¡Un hombre! Se echó hacia atrás y clavó los ojos en aquel individuo. Llena de horror, se preguntó por qué estaba tan quieto y qué hacía en su sótano. De repente, el hombre le rodeó la muñeca y ella lanzó un grito. Un momento después, apareció una luz en la entrada al sótano. —¿Está usted ahí abajo, señorita ________?
Manuel se había detenido en lo alto de las escaleras y sostenía una linterna.
—Oh, Manuel, gracias a Dios. Baja aquí. ¡Rápido!.
—La he oído gritar. ¿No se habrá tropezado con una rata? —preguntó, comenzando a bajar las escaleras—. Coloqué algunas trampas el otro día, cuando vi que se estaban comiendo las patatas y las zanahorias.
—No es una rata —dijo _______, zafándose de la mano del des¬conocido—. Es un hombre.
El intruso emitió un gemido y Manuel se acercó con la linterna en alto. Entonces, _________ y él pudieron echar un vistazo al hombre que había en el sótano.
—Bueno, que me aspen. ¿Qué le pasa? —No lo sé, Manuel. Pero parece que está inconsciente. Quizá esté enfermo. En ese momento, ella vio el charco de sangre que tenía debajo y palideció. —Deja la linterna en el suelo y gíralo lentamente —ordenó a Manuel. El anciano la obedeció, y soltó una maldición por lo bajo cuando vio la cantidad de sangre que empapaba la tierra. —Ha perdido mucha sangre, señorita _________. La joven levantó la chaqueta, el chaleco y la camisa del hombre con sumo cuidado y vio la herida de bala que tenía debajo del omóplato. —Ha recibido un disparo y parece que la bala todavía está den¬tro. Si no se le saca pronto, morirá por la infección. —Cogió el pañuelo del desconocido y se lo apretó sobre la herida.
—En Rolling Prairie no hay un médico decente desde que el viejo Doc Tucker se dio a la bebida —dijo Manuel—. No conseguiremos traer un médico a tiempo, este desgraciado pasaría a mejor vida antes de que llegara. _______ sintió una punzada de compasión por aquel individuo. Jamás se había considerado una mujer particularmente sensible, no podía permitirse el lujo de serlo, pero había algo en ese desco¬nocido que provocaba en ella una emoción extraña. —¿Podrías intentar sacarle tú la bala?
Manuel se rascó pelo canoso y encogió los hombros. —Puedo probar, señorita ______, pero no sé si así impediremos que muera. De todas maneras podemos intentarlo. ¿Está segura de que es eso lo que quiere? Podría tratarse de un individuo peli¬groso, incluso es probable que le persiga la ley. Si es así, tendríamos un montón de problemas.
________ bajó la mirada hacia el extraño descubriendo, con cierta alarma, que era realmente guapo. Sí, podría ser justo la clase de hombre que Manuel acababa de describir, pero ella, por alguna razón, no lo creía así. —Estoy segura, Manuel. Levántalo por los hombros, yo me ocu¬paré de los pies. Entre los dos nos las arreglaremos perfectamente para llevarlo arriba.

martes, 8 de mayo de 2012

CAPITULO 2
—Bueno, puede que lo hayas conseguido con nosotros, pero diría que tú sí que te encuentras en un buen lío, hermano. Parece que Michelle necesita con urgencia un marido y ha puesto sus miras en ti.
—¡Puede esperar sentada! —gritó enfurecido—. ¿Aún no ha regresado Georg del pueblo? —añadió con la voz algo más se¬rena—. Me he quedado sin clavos. —No, pero debe de estar a punto de hacerlo. Tranquilo, Tom, cualquiera con dos dedos de frente sabrá que no has dejado em¬barazada a Michelle. Olvídalo.
Tom recogió el martillo y asestó un fuerte golpe en el clavo que acababa de colocar en su lugar. Bill dio un respingo cuando la madera se astilló; resultaba evidente Tom siempre había sido el más impulsivo de los tres, mientras que Georg, el más joven, era el más tranquilo. A Bill le gustaba creer que él era el más ecuánime y sopesaba las cosas desde todos los ángulos antes de actuar. Y, a pesar de sus diferentes caracteres, siempre se protegían los unos a los otros y los tres estaban totalmente en con¬tra del matrimonio. Tom continuó dando martillazos, desahogando su cólera y frustración en el desventurado poste de la cerca. Si no mantenía las manos y la mente ocupadas acabaría haciendo algo de lo que se arrepentiría. Todavía recordaba la cara que había puesto Mike Doolittle cuando se negó a casarse con Michelle. Aunque no era su intención pegarle, no le había quedado más remedio. Y como Mike era grande, pero blando, no había sido rival para Tom, que le había tumbado con un puñetazo bien colocado.
—Ahí está Georg —dijo Bill, haciendo sombra con la mano sobre los ojos para protegerse del resplandor del sol—. Parece como si le persiguiera el mismo demonio. Imagino que ha pasado algo.
Tom levantó la mirada; le sorprendió ver a Georg azuzando a su montura y gritando, aunque no logró entender sus palabras. —Georg no suele tratar así a su caballo —dijo Tom, dejando el martillo a un lado. Se incorporó y se acercó a su hermano menor con Bill a la zaga. Georg frenó en seco, haciendo que el animal se encabritara. Tras controlar con habilidad al castrado, saltó al suelo con la respiración agitada. —Tienes que largarte de aquí —le dijo a Tom tras recuperar un poco el aliento mientras le asía de los hombros y le empujaba hacia el establo—. No les he sacado mucha delantera. —Tranquilo, Georg —le aconsejó Tom—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué tengo que irme? ¿Quién te sigue? —Los vigilantes. Mike Doolittle acudió al pueblo a primera hora de la mañana. Insistía en que habías seducido a su hermana, que la has dejado embarazada y que te niegas a casarte con ella. —Maldita sea, jamás la he tocado —rugió Tom.
—Eso no es todo —dijo Georg—. Mike llevó a Michelle al pue¬blo con él. Alguien dio una paliza a la chica. El viejo Doc Lucas ha tenido que atenderla. Mike afirma que fuiste tú quien la golpeó cuando ella comenzó a insistir en que debía hacer lo correcto. —¡Eso es mentira! Jamás le he puesto la mano encima a una mujer. —Eso cuéntaselo a los vigilantes, pero no esperes que te crean. Michelle estaba muy magullada y corroboró la historia de Mike. Entonces, John Reed movilizó a los hombres para formar una partida de vigilantes. Sin más ley que la suya en el territorio de Montana, piensan que pueden hacer lo que quieran. Van a ir por ti y como no aceptes casarte con Michelle, te colgarán. No hay tiempo que perder, tienes que largarte antes de que lleguen. —Será mejor que te marches —le urgió Bill—, si no acabarán apresándote. En el pueblo hay muchos que envidian la prosperi¬dad de nuestro rancho, incluido John Reed. Por no hablar del re¬sentimiento que sienten algunos padres ante nuestra falta de interés por asentarnos y casarnos con sus hijas. —Yo ya he estado casado y no funcionó. Maldita sea, no pienso huir —dijo Tom con terquedad. Ningún vigilante iba a echarle de sus tierras. —Tienes que hacerlo —insistió Georg—. No has visto cómo estaban en el pueblo. Yo sí vi lo enfadados que estaban los hombres y la habilidad de que hicieron gala Mike y John para provocar¬los. También he visto a Michelle. No sé quién la golpeó, pero le pegó una buena paliza. No te vendrá mal esconderte durante un tiempo. Bill y yo nos ocuparemos de todo mientras tanto y ave¬riguaremos qué es lo que ha pasado realmente.
—Georg tiene razón, Tom, tienes que irte. Sabes de sobra cómo se comportan los vigilantes cuando salen de batida. Son la única ley en la zona; nadie se enfrentará a ellos. Coge dinero de casa y vete. Envíanos una carta diciéndonos dónde podremos encontrarte y nosotros nos ocuparemos de resolver este asunto. Georg lanzó una mirada nerviosa por encima del hombro. —De un momento a otro coronarán la colina. Te ensillaré el caballo mientras recoges lo que necesites. —Coge dinero de la caja fuerte —dijo Bill—. ¿Cuánto tiempo nos queda? —Cinco minutos como mucho. Es probable que ni eso. —No voy a... —comenzó a decir Tom.
—Sí, lo harás —dijo Bill—. Puede que seas el mayor, pero eres demasiado terco. Te conozco muy bien. Serías capaz de que¬darte aquí y luchar hasta el final. John Reed es el líder de los vigi¬lantes y no es un buen tipo. Te odia desde que Katia prefirió casarse contigo en lugar de con él. Incluso sería capaz de incendiar la casa si nos escondiéramos dentro para evitarles. Empujó a Tom hacia la casa al ver aparecer una nube de polvo en la cresta de la colina.
—Maldita sea, ya os dije que me pisaban los talones —dijo Georg dirigiéndose con rapidez hacia el establo para ensillar el ca¬ballo de Tom—. No te dará tiempo de hacer el equipaje, coge dinero y vete ya. Llevaré el caballo a la puerta trasera. Tom no quería huir como un cobarde, pero no tenía otra al¬ternativa. El rancho era su hogar y no podía permitir que lo redu¬jeran a cenizas un montón de fanáticos que se consideraban la ley. Conocía bien a John Reed. Era un hombre muy pagado de sí mismo, y los demás le seguían incondicionalmente. Los vigilantes no usaban demasiado la cabeza antes de linchar a alguien. Aunque corrían rumores de que se quería designar a un oficial federal para que impartiera la ley en el territorio, el tiempo pasaba y no se con¬cretaba nada.
Bill entró en la casa y fue al despacho donde se llevaban las cuentas del rancho, dirigiéndose directamente a la caja fuerte. Cogió un puñado de billetes y se trasladó a la cocina donde se en¬contraba Tom . Le metió el dinero en los bolsillos del chaleco y luego le empujó hacia la puerta trasera. Oyeron un fuerte retum¬bar, señal de que la partida de vigilantes se acercaba a galope ten¬dido hacia allí. —Date prisa —le apuró Bill—. Lárgate. —Maldita sea, Bill, no soy culpable de nada. No quiero huir sin ni siquiera intentar defenderme. —Ahora mismo tengo la mente más clara que tú. A menos que quieras pasar con Michelle el resto de tu vida, o acabar colgado del árbol más cercano, tienes que desaparecer hasta que se tran¬quilicen las cosas.
Tom cogió la chaqueta del perchero, junto a la puerta de la cocina, y salió a la brillante luz del sol, donde Georg le esperaba con un robusto mustang color negro, castrado, conocido por su velocidad y su gran habilidad para adaptarse a las condiciones más difíciles. —Te he ensillado a Medianoche —dijo Georg—. Date prisa, los vigilantes acaban de atravesar el portón. Ponte a salvo y mantente en contacto con nosotros, así podremos informarte de cuándo será seguro regresar a casa. Tom asintió con la cabeza; reacio a marcharse pero consciente de que no tenía otra alternativa. Se subió de un salto al caballo y clavó los talones en los flancos de Medianoche. El animal atravesó la valla justo cuando los vigilantes se acercaban a la casa, gritando a través del patio. Tom se inclinó sobre el cuello del caballo y se dirigió a campo abierto, alejándose de allí. —Vamos, Medianoche, vamos —azuzó Tom al robusto caballo que galopaba veloz obedeciendo a su amo. Tom echó una ojeada por encima del hombro y soltó una mal¬dición cuando vio que los vigilantes le perseguían. No parecían dispuestos a rendirse ahora que le habían visto. Las balas comen¬zaron a zumbar a su alrededor; miró hacia delante e, inclinado sobre Medianoche, clavó las espuelas.
El caballo galopó devorando los kilómetros, pero fue incapaz de perder a sus decididos perseguidores. Tom sabía que el animal no sería capaz de seguir mucho tiempo a ese ritmo, así que se di¬rigió hacia un cañón donde esperaba despistar a sus rastreadores. Tras una hora galopando, aminoró la marcha, esperando que los vigilantes hicieran lo mismo cuando se dieran cuenta de que los caballos no podrían seguir manteniendo aquel paso demoledor. Por desgracia, no tuvo suerte y fue alcanzado por el disparo for¬tuito de uno de ellos. La bala impactó en su espalda, entrando justo por debajo del omóplato derecho. La fuerza del tiro casi le hizo caer del lomo de Medianoche. Luchó por conservar la consciencia a pesar del agudo dolor que atravesaba su cuerpo. Sintió que la sangre le bajaba por la espalda y su olor le inundó las fosas nasales, luego notó que una impenetrable negrura le envolvía y sólo a base de fuerza de vo¬luntad y determinación consiguió no desmayarse.
Después siguió cabalgando durante un tiempo indefinido; puede que incluso perdiera a ratos el conocimiento, pero en todo momento sus perseguidores le siguieron el rastro. Con la mente nublada por el dolor, se dio cuenta de que entraba en un estrecho cañón, con altas paredes de roca a ambos lados. Notó que se le embotaba el cerebro, que le resultaba muy difícil formular un pensamiento coherente, aunque logró permanecer en la silla. Delante de él, el camino se curvaba para rodear una de las paredes verticales del tozal y Tom sintió una llama de espe¬ranza. Se recostó sobre el cuello de Medianoche e, instando al can¬sado caballo a ir a más velocidad, susurró: —Corre, compañero. Corre tan deprisa como el viento, ve lo más lejos que puedas.
Sacó los pies de los estribos y se inclinó sobre el lomo del ani¬mal, esperando el momento adecuado. Entonces, vio una enorme roca redonda justo al pie del tozal y se dejó caer del mustang, apro¬vechando el momento de la caída para ocultarse tras la peña. El impacto contra el duro suelo le dejó los pulmones sin aire y la ex¬plosión de dolor le hizo caer en la inconsciencia, desmayándose justo después de aterrizar. No vio ni oyó a ningún miembro de la partida. El rastro que dejaban las pezuñas de Medianoche y la curva del camino les había impedido ver que Tom y su caballo se habían separado.