martes, 8 de mayo de 2012

CAPITULO 2
—Bueno, puede que lo hayas conseguido con nosotros, pero diría que tú sí que te encuentras en un buen lío, hermano. Parece que Michelle necesita con urgencia un marido y ha puesto sus miras en ti.
—¡Puede esperar sentada! —gritó enfurecido—. ¿Aún no ha regresado Georg del pueblo? —añadió con la voz algo más se¬rena—. Me he quedado sin clavos. —No, pero debe de estar a punto de hacerlo. Tranquilo, Tom, cualquiera con dos dedos de frente sabrá que no has dejado em¬barazada a Michelle. Olvídalo.
Tom recogió el martillo y asestó un fuerte golpe en el clavo que acababa de colocar en su lugar. Bill dio un respingo cuando la madera se astilló; resultaba evidente Tom siempre había sido el más impulsivo de los tres, mientras que Georg, el más joven, era el más tranquilo. A Bill le gustaba creer que él era el más ecuánime y sopesaba las cosas desde todos los ángulos antes de actuar. Y, a pesar de sus diferentes caracteres, siempre se protegían los unos a los otros y los tres estaban totalmente en con¬tra del matrimonio. Tom continuó dando martillazos, desahogando su cólera y frustración en el desventurado poste de la cerca. Si no mantenía las manos y la mente ocupadas acabaría haciendo algo de lo que se arrepentiría. Todavía recordaba la cara que había puesto Mike Doolittle cuando se negó a casarse con Michelle. Aunque no era su intención pegarle, no le había quedado más remedio. Y como Mike era grande, pero blando, no había sido rival para Tom, que le había tumbado con un puñetazo bien colocado.
—Ahí está Georg —dijo Bill, haciendo sombra con la mano sobre los ojos para protegerse del resplandor del sol—. Parece como si le persiguiera el mismo demonio. Imagino que ha pasado algo.
Tom levantó la mirada; le sorprendió ver a Georg azuzando a su montura y gritando, aunque no logró entender sus palabras. —Georg no suele tratar así a su caballo —dijo Tom, dejando el martillo a un lado. Se incorporó y se acercó a su hermano menor con Bill a la zaga. Georg frenó en seco, haciendo que el animal se encabritara. Tras controlar con habilidad al castrado, saltó al suelo con la respiración agitada. —Tienes que largarte de aquí —le dijo a Tom tras recuperar un poco el aliento mientras le asía de los hombros y le empujaba hacia el establo—. No les he sacado mucha delantera. —Tranquilo, Georg —le aconsejó Tom—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué tengo que irme? ¿Quién te sigue? —Los vigilantes. Mike Doolittle acudió al pueblo a primera hora de la mañana. Insistía en que habías seducido a su hermana, que la has dejado embarazada y que te niegas a casarte con ella. —Maldita sea, jamás la he tocado —rugió Tom.
—Eso no es todo —dijo Georg—. Mike llevó a Michelle al pue¬blo con él. Alguien dio una paliza a la chica. El viejo Doc Lucas ha tenido que atenderla. Mike afirma que fuiste tú quien la golpeó cuando ella comenzó a insistir en que debía hacer lo correcto. —¡Eso es mentira! Jamás le he puesto la mano encima a una mujer. —Eso cuéntaselo a los vigilantes, pero no esperes que te crean. Michelle estaba muy magullada y corroboró la historia de Mike. Entonces, John Reed movilizó a los hombres para formar una partida de vigilantes. Sin más ley que la suya en el territorio de Montana, piensan que pueden hacer lo que quieran. Van a ir por ti y como no aceptes casarte con Michelle, te colgarán. No hay tiempo que perder, tienes que largarte antes de que lleguen. —Será mejor que te marches —le urgió Bill—, si no acabarán apresándote. En el pueblo hay muchos que envidian la prosperi¬dad de nuestro rancho, incluido John Reed. Por no hablar del re¬sentimiento que sienten algunos padres ante nuestra falta de interés por asentarnos y casarnos con sus hijas. —Yo ya he estado casado y no funcionó. Maldita sea, no pienso huir —dijo Tom con terquedad. Ningún vigilante iba a echarle de sus tierras. —Tienes que hacerlo —insistió Georg—. No has visto cómo estaban en el pueblo. Yo sí vi lo enfadados que estaban los hombres y la habilidad de que hicieron gala Mike y John para provocar¬los. También he visto a Michelle. No sé quién la golpeó, pero le pegó una buena paliza. No te vendrá mal esconderte durante un tiempo. Bill y yo nos ocuparemos de todo mientras tanto y ave¬riguaremos qué es lo que ha pasado realmente.
—Georg tiene razón, Tom, tienes que irte. Sabes de sobra cómo se comportan los vigilantes cuando salen de batida. Son la única ley en la zona; nadie se enfrentará a ellos. Coge dinero de casa y vete. Envíanos una carta diciéndonos dónde podremos encontrarte y nosotros nos ocuparemos de resolver este asunto. Georg lanzó una mirada nerviosa por encima del hombro. —De un momento a otro coronarán la colina. Te ensillaré el caballo mientras recoges lo que necesites. —Coge dinero de la caja fuerte —dijo Bill—. ¿Cuánto tiempo nos queda? —Cinco minutos como mucho. Es probable que ni eso. —No voy a... —comenzó a decir Tom.
—Sí, lo harás —dijo Bill—. Puede que seas el mayor, pero eres demasiado terco. Te conozco muy bien. Serías capaz de que¬darte aquí y luchar hasta el final. John Reed es el líder de los vigi¬lantes y no es un buen tipo. Te odia desde que Katia prefirió casarse contigo en lugar de con él. Incluso sería capaz de incendiar la casa si nos escondiéramos dentro para evitarles. Empujó a Tom hacia la casa al ver aparecer una nube de polvo en la cresta de la colina.
—Maldita sea, ya os dije que me pisaban los talones —dijo Georg dirigiéndose con rapidez hacia el establo para ensillar el ca¬ballo de Tom—. No te dará tiempo de hacer el equipaje, coge dinero y vete ya. Llevaré el caballo a la puerta trasera. Tom no quería huir como un cobarde, pero no tenía otra al¬ternativa. El rancho era su hogar y no podía permitir que lo redu¬jeran a cenizas un montón de fanáticos que se consideraban la ley. Conocía bien a John Reed. Era un hombre muy pagado de sí mismo, y los demás le seguían incondicionalmente. Los vigilantes no usaban demasiado la cabeza antes de linchar a alguien. Aunque corrían rumores de que se quería designar a un oficial federal para que impartiera la ley en el territorio, el tiempo pasaba y no se con¬cretaba nada.
Bill entró en la casa y fue al despacho donde se llevaban las cuentas del rancho, dirigiéndose directamente a la caja fuerte. Cogió un puñado de billetes y se trasladó a la cocina donde se en¬contraba Tom . Le metió el dinero en los bolsillos del chaleco y luego le empujó hacia la puerta trasera. Oyeron un fuerte retum¬bar, señal de que la partida de vigilantes se acercaba a galope ten¬dido hacia allí. —Date prisa —le apuró Bill—. Lárgate. —Maldita sea, Bill, no soy culpable de nada. No quiero huir sin ni siquiera intentar defenderme. —Ahora mismo tengo la mente más clara que tú. A menos que quieras pasar con Michelle el resto de tu vida, o acabar colgado del árbol más cercano, tienes que desaparecer hasta que se tran¬quilicen las cosas.
Tom cogió la chaqueta del perchero, junto a la puerta de la cocina, y salió a la brillante luz del sol, donde Georg le esperaba con un robusto mustang color negro, castrado, conocido por su velocidad y su gran habilidad para adaptarse a las condiciones más difíciles. —Te he ensillado a Medianoche —dijo Georg—. Date prisa, los vigilantes acaban de atravesar el portón. Ponte a salvo y mantente en contacto con nosotros, así podremos informarte de cuándo será seguro regresar a casa. Tom asintió con la cabeza; reacio a marcharse pero consciente de que no tenía otra alternativa. Se subió de un salto al caballo y clavó los talones en los flancos de Medianoche. El animal atravesó la valla justo cuando los vigilantes se acercaban a la casa, gritando a través del patio. Tom se inclinó sobre el cuello del caballo y se dirigió a campo abierto, alejándose de allí. —Vamos, Medianoche, vamos —azuzó Tom al robusto caballo que galopaba veloz obedeciendo a su amo. Tom echó una ojeada por encima del hombro y soltó una mal¬dición cuando vio que los vigilantes le perseguían. No parecían dispuestos a rendirse ahora que le habían visto. Las balas comen¬zaron a zumbar a su alrededor; miró hacia delante e, inclinado sobre Medianoche, clavó las espuelas.
El caballo galopó devorando los kilómetros, pero fue incapaz de perder a sus decididos perseguidores. Tom sabía que el animal no sería capaz de seguir mucho tiempo a ese ritmo, así que se di¬rigió hacia un cañón donde esperaba despistar a sus rastreadores. Tras una hora galopando, aminoró la marcha, esperando que los vigilantes hicieran lo mismo cuando se dieran cuenta de que los caballos no podrían seguir manteniendo aquel paso demoledor. Por desgracia, no tuvo suerte y fue alcanzado por el disparo for¬tuito de uno de ellos. La bala impactó en su espalda, entrando justo por debajo del omóplato derecho. La fuerza del tiro casi le hizo caer del lomo de Medianoche. Luchó por conservar la consciencia a pesar del agudo dolor que atravesaba su cuerpo. Sintió que la sangre le bajaba por la espalda y su olor le inundó las fosas nasales, luego notó que una impenetrable negrura le envolvía y sólo a base de fuerza de vo¬luntad y determinación consiguió no desmayarse.
Después siguió cabalgando durante un tiempo indefinido; puede que incluso perdiera a ratos el conocimiento, pero en todo momento sus perseguidores le siguieron el rastro. Con la mente nublada por el dolor, se dio cuenta de que entraba en un estrecho cañón, con altas paredes de roca a ambos lados. Notó que se le embotaba el cerebro, que le resultaba muy difícil formular un pensamiento coherente, aunque logró permanecer en la silla. Delante de él, el camino se curvaba para rodear una de las paredes verticales del tozal y Tom sintió una llama de espe¬ranza. Se recostó sobre el cuello de Medianoche e, instando al can¬sado caballo a ir a más velocidad, susurró: —Corre, compañero. Corre tan deprisa como el viento, ve lo más lejos que puedas.
Sacó los pies de los estribos y se inclinó sobre el lomo del ani¬mal, esperando el momento adecuado. Entonces, vio una enorme roca redonda justo al pie del tozal y se dejó caer del mustang, apro¬vechando el momento de la caída para ocultarse tras la peña. El impacto contra el duro suelo le dejó los pulmones sin aire y la ex¬plosión de dolor le hizo caer en la inconsciencia, desmayándose justo después de aterrizar. No vio ni oyó a ningún miembro de la partida. El rastro que dejaban las pezuñas de Medianoche y la curva del camino les había impedido ver que Tom y su caballo se habían separado.

2 comentarios:

  1. o_O pobre Tom me imagino que ahy la conocera ...!!
    Me encantaaa .. Siguelaa prontoo
    bye cuidate XD

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  2. esta muy interesante siguela *.*

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