jueves, 10 de mayo de 2012

CAPITULO 4
Dolor. Un dolor lacerante y profundo. Un dolor abrasador. Tom intentó librarse de aquel inexorable tormento moviéndose, pero no sirvió de nada. ¿Por qué estaba boca abajo, como si fuera un cordero dispuesto para el sacrificio, sufriendo más de lo que podía aguantar un hombre? —Manuel, está recobrando el conocimiento.
—Aún no he terminado, señorita _______. No deje que se mueva.
—Eso intento, Manuel, pero es muy fuerte.
De repente, Tom soltó un grito y se volvió a quedar inconsciente. —¡Lo he conseguido, señorita ________! —La voz de Maneul era exultante mientras dejaba caer en un plato metálico la bala que acababa de sacar de la espalda del desconocido—. Páseme ahora la botella de whisky para desinfectar la herida.
—¿Crees que es lo mejor?
—Es lo único que tenemos.
—¿Vivirá? —preguntó ______, llena de preocupación.
—Eso no puedo saberlo. Parece un hombre saludable. No muestra la palidez típica de la prisión. No sé de quién o de qué escapaba, pero no me parece un forajido. De todas maneras sólo es mi opinión.
—Confío en tu juicio, Manuel. Ahora ya puedo ocuparme yo sola. Ve a comer algo.
—¿Está segura?
—Sí.
Después de que Manuel se marchara, ______ cubrió la herida con un apósito de algodón realizado con las tiras que había cortado de una sábana. Luego rodeó el pecho del hombre con otra larga lira para mantener el paño en su lugar. Cuando terminó, retrocedió un paso para inspeccionar el trabajo. Manuel había desnudado al desconocido dejándolo en ropa interior mientras ella hervía agua y desinfectaba el afilado cuchillo que el vaquero le había pedido. Cuando regresó a la habitación, el extraño estaba boca abajo cubierto hasta la cintura por una sábana. La espalda, los brazos y el pecho del hombre estaban bronceados, como si estuviera acostumbrado a trabajar al aire libre sin la protección de una camisa. Era alto y corpulento, un formidable espécimen masculino. Delgado pero musculoso en los lugares adecuados. No tenía acumulada grasa alrededor de la cintura. Supuso que si pudiera verle las piernas, éstas serían tan fornidas como el resto del cuerpo. Tenía el pelo liso y oscuro y lo llevaba algo más largo de lo que se estilaba, justo por debajo de los hombros, pero aquello no servía más que para realzar aquella agreste belleza masculina. Le había caído un mechón sobre los ojos y _______ alargó la mano sin pensar para colocárselo. Le pareció suave, espeso y pesado entre sus dedos, y lo estuvo acariciando durante más tiempo del necesario. De repente se dio cuenta de lo que estaba haciendo y apartó la mano como si se hubiera quemado. Aquel extraño no era una de sus fantasías, sino un hombre al que no conocía. No tenía ni idea de quién podía ser, pues no llevaba identificación de ningún tipo, sólo un montón de dinero en el bolsillo del chaleco. La ropa era de buena calidad y las botas parecían nuevas. Si se trataba de un forajido, desde luego le iban muy bien las cosas. Manuel volvió al poco rato.
—Yo me quedaré con él ahora, señorita _______. Vaya a comer algo. No podemos hacer nada más por él, salvo asegurarnos de que está cómodo.
—Me pregunto quién será —reflexionó ______ en voz alta.
Manuel encogió sus delgados hombros.
—Me temo que tendremos que esperar a que esté lo suficien¬temente bien como para decírnoslo. —Volveré dentro de un rato —dijo ______ acercándose a la puerta. Se detuvo en el umbral y añadió—: Intenta que beba algo de agua antes de que le suba la fiebre.
—No se preocupe, señorita. Me encargaré de todo.
Segura de que Manuel velaría por el herido, ______ salió de la ha¬bitación. Aún tenía muchas tareas pendientes que no admitían más demora. Se dirigió a recoger los huevos y, mientras estaba en el gallinero, pensó que debería de matar un pollo. El caldo le sentaría bien al herido. Cuando se despertara —si se despertaba— estaría famélico. tom gimió y abrió los ojos. El dolor que le entumecía la mente parecía provenir de todo su cuerpo. Recobró la consciencia lentamente. Yacía sobre algo blando y suave. ¿Sería una cama? Movió el cuello poco a poco, mirando hacia los lados, y vio a un hombre dormitando en una silla. Era enjuto y su cara curtida y arrugada como el cuero daba testimonio de años de trabajo al aire libre, bajo el sol, el viento y la lluvia. Vio que el anciano sacudía la canosa cabeza al percibir sus movimientos y que abría los ojos de repente, clavándolos en él.
—Así que ya ha despertado, ¿verdad? ¿Le gustaría beber un poco de agua? Tom tragó saliva y asintió con la cabeza bruscamente, lo que hizo que la habitación le diera vueltas.
—Por favor... —graznó. El anciano le sostuvo mientras bebía. —Despacio, beba poco a poco. —Gracias —dijo Tom con voz débil—. ¿Dónde estoy?
—Se encuentra en el rancho Circle F —Entonces el hombre fue directo al grano—: ¿Quién le ha disparado? —¡Oh!, ¿ha despertado ya?
Tom giró la cabeza hacia la voz y se encontró con un ángel; pensó que sufría alucinaciones. La mujer que acababa de entrar en la habitación era demasiado hermosa para ser real. Al momento se puso en guardia. Las mujeres con aquel aspecto eran todavía menos de fiar que las demás. Sabía por experiencia que tenía que ser extremadamente cuidadoso con las mujeres hermosas, pues solían ser muy engreídas. Aquella mujer era extraordinariamente guapa. Tenía el pelo del mismo color que las gavillas de trigo maduro y le caía sobre la espalda en una trenza, y los ojos eran tan azules como el cielo de Montana en un día despejado. Su cuerpo curvilíneo se apreciaba a la perfección con aquellos pantalones ceñidos que vestía y los pechos se erguían insolentes bajo la camisa, de tal manera que Tom percibió los pezones presionando contra la gastada tela.
La mujer se acercó a la cama. —¿Cómo se encuentra? —Jodido. Me duele todo el cuerpo. ¿Han podido sacar la bala? —La limpia y femenina esencia de la joven inundó sus fosas nasales, haciéndole contener la respiración hasta que le resultó im¬posible seguir haciéndolo. —Es a Manuel a quién debe agradecérselo. —Todavía no está fuera de peligro —dijo Manuel—, y vigile su lenguaje cuando hable delante de la señorita _______.
—Lo siento —masculló con ferocidad. Paseó la mirada lenta¬mente por las curvas de la joven. Jamás se había tropezado antes a una mujer vestida con pantalones. ¿Qué clase de mujer sería?, se preguntó. —¿Quién es usted? —le pregunto ella con curiosidad—. ¿Quién le ha disparado? ¿Qué hacía en el sótano de mi casa? La mayoría de los hombres habrían pedido ayuda en la puerta, ¿de quién o de qué se esconde? Tom abrió la boca para responder pero no fue capaz de decir una palabra. Las pocas que había pronunciado habían agotado sus fuerzas. Con un suspiro, se dejó llevar de nuevo por la inconsciencia.
—¿Está bien? —le preguntó ______ a Manuel con preocupación. —Todavía respira —dijo Manuel—, lo que no sé es cuánto tiempo más lo seguirá haciendo. __________ puso la mano sobre la frente del desconocido. —Está ardiendo. ¿Qué podemos hacer? —Podemos intentar bajarle la temperatura mojándole. He oído decir que si se baña a una persona febril con agua fría, se consigue que le baje la fiebre.
Manuel salió de la estancia dejando a __________ a solas con el hombre. —No se muera —susurró ella—, por favor, no se muera. —No sabía por qué, pero el mero pensamiento de que aquel des¬conocido se muriera le resultaba insoportable. No sabía de dónde venía ni quién era, pero algo en él la conmovía. Perdido en las profundas y dolorosas sombras, Tom oyó aque¬lla dulce voz que le impedía caer en la oscuridad que le reclamaba.
Eligió enseguida no morir. Si esa mujer, que ni siquiera le conocía, quería que siguiera vivo, él debía intentar que así fuera. Se lo debía tanto a ella como a sus hermanos. Tom regresó lentamente al mundo de los vivos. Había recuperado y perdido la consciencia varias veces durante las horas críticas de su recuperación. Había notado que alguien derramaba agua fría sobre su cuerpo. Alguien con las manos suaves y una voz que desafiaba al propio demonio para salvarle. Su primer pensamiento coherente fue que le debía su vida a una mujer llamada __________. El segundo, que aquello le podía acarrear un montón de problemas.
—Casi le perdemos —dijo la joven cuando vio que él clavaba los ojos en ella—. Bienvenido. —¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó Tom con la voz áspera y ronca. —Tres días. Hemos llegado a pensar que la fiebre acabaría con usted. ¿Tiene hambre? —No demasiada. Lo que tengo es mucha sed. —Tiene que comer algo. He hecho caldo de pollo. ¿Cree que podría sentarse y apoyarse en la espalda? Él apretó los dientes. —Si me ayuda creo que lo conseguiré.
Ella se movió con celeridad para ayudarle a darse la vuelta de manera que pudiera apoyar los hombros en las almohadas que había colocado previamente. Tom encontró que el dolor era casi tolerable y que no le importaba sentir un poco si con ello dejaba de estar boca abajo. Entonces, tuvo otra urgente necesidad y se movió incómodo. —¿Qué pasa? ¿Le he hecho daño?
—No. Necesito... er... es decir, quizá podría decirle a algún hombre que me ayude. Cuando se percató de lo que quería, la cara de la joven adquirió un brillante tono rosado. —Le diré a Manuel que suba y regresaré después con el caldo. Entonces podremos hablar. Ni siquiera sé cómo se llama. Media hora después, ________ regresó a la habitación con una bandeja en la que llevaba una humeante taza de caldo. La dejó en la mesilla de noche y se sentó en el borde de la cama para alimentarle. —No necesito su ayuda —gruñó él, poco acostumbrado a ser atendido por una mujer. ________ permitió que intentara valerse por sí mismo, sabiendo que él todavía estaba demasiado débil para utilizar la cuchara con agilidad. Después de varios intentos inútiles, Tom le ofreció la cuchara con un «usted gana». Odiaba exhibir cualquier tipo de debilidad delante de una mujer.
Mientras cogía la cuchara y la introducía en el caldo para acer¬cársela a los labios, _______ pensó que aquel hombre era demasiado terco para su bien. Observó que tragaba a regañadientes y que, cuando el tazón estaba casi vacío, giraba la cabeza a un lado. —No quiero más. —De acuerdo —dijo _______, dejando la cuchara al lado del tazón—. Bueno, dígame, ¿cómo se llama? Él la miró con el ceño fruncido. No le gustaba sentirse indefenso. Tal y como lo veía, tenía dos opciones: podía decir la verdad o mentir. Pero esto último le parecía algo despreciable después de cómo habían cuidado de él.
—Me llamo Tom Kaulitz. ¿Quién es usted?
—_______ Fuller. ¿De dónde procede, señor Kaulitz?
—De los alrededores. De aquí y allá. Manuel me ha comentado que estamos en el rancho Circle F. De repente, Tom recordó la conversación que había oído en el sótano mientras estaba allí escondido. —¿Quién es Mario Rivas y por qué la amenaza? __________ se echó atrás sorprendida. —¿Quién le ha hablado de Mario Rivas? —La oí discutir con él mientras estaba escondido en el sótano. ¿Qué se traen entre manos? ________ se puso a la defensiva. —En realidad no es asunto suyo, señor Kaulitz. Bueno, ¿por dónde íbamos? Ah, sí, ¿quién le disparó? —Nadie que usted conozca —replicó Tom. Comenzaron a cerrársele los ojos y ________ se dio cuenta de que debía de estar cansado. Pero aún tenían mucho que aclarar. Tom Kaulitz no iba a poder ocultarle la verdad.
Al día siguiente Tom se sintió más fuerte. Pudo comer solo y co¬menzó a tener mucha hambre. Se estaba comenzando a plantear le¬vantarse de la cama e intentar caminar de un lado a otro, cuando escuchó que se acercaban unos caballos. Supo sin que nadie se lo dijera que eran los vigilantes. Estaba demasiado débil para escapar, pero salió arrastrándose de la cama y, tambaleándose de dolor, se dirigió hacia donde estaba su ropa para coger las armas. Por desgracia, sus revólveres no estaban con la ropa y no los veía por ninguna parte. Casi le abandonaron las fuerzas cuando se acercó a la ventana y echó un vistazo. Estaba en lo cierto. La partida de vigilantes de Dry Gulch acababa de entrar en el patio y les vio frenar en seco al ver a ________ trabajando en el establo. Se sintió algo aliviado cuando Manuel se puso al lado de la joven armado con un rifle. Temía que hicieran daño a la chica y eso era lo último que deseaba. No quería que resultara herida por su culpa.

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